miércoles, 11 de noviembre de 2020

LA CASA DE TIA LOLA




A una cuadra de la plaza principal y a media cuadra de la iglesia, estaba la casa de tía Lola. Se entraba por una puerta de madera labrada en dos hojas que daba a un largo y amplio zaguán.  A la derecha se iba a una especie de saloncito donde se recibía a la gente corriente, y a la izquierda sumida en la oscuridad por pesadas cortinas, la sala principal que se reservaba para las grandes ocasiones y las visitas importantes, donde desde luego, no podíamos entrar los niños. Alguna que otra vez íbamos a escoger un libro de la biblioteca o poner un ramo de flores sobre un viejo piano que nadie tocaba. La primera vez que visité esa casa tendría unos 8 o 9 años, me pareció enorme y lo que más me impresionó fue el aroma a muebles antiguos como si fuera un museo. 

 Un pasillo daba a un pequeño jardín donde se abría otra puerta para acceder al comedor y más allá seguía un alero con plantas exóticas y abundantes que se perdían en el patio mayor que dividía la casa en dos plantas. Todo era grande, este patio tipo colonial tenía dos aljibes: uno de pozo, con roldana y balde, y otro más moderno, en el otro extremo, hecho a modo de cisterna para guardar el agua de lluvia. En la parte delantera estaban los dormitorios principales, unos cuatro, y en el bloque del fondo había unas 16 habitaciones porque en otra época había sido una escuela con internos que mi tía heredó de su padre, un prestigioso y avaro educador.

Ella no era linda pero su personalidad unida a su arrogante caminar y modales le daba un cierto toque elegante y atractivo.

Para su desgracia había quedado viuda muy joven, de un militar y vivía con una única hija a quien malcriaba. Decían que ya su fortuna no existía y que le quedaban las apariencias. De todos modos, tenia servidumbre y criadas que le enviaban desde el campo para que cuide y alimente, ya que sus padres no podían darle sustento y educación y era su sequito privado. 

En mi ingenuidad de entonces no entendía que una nena de mi edad no pudiera jugar y tuviera que hacer los quehaceres domésticos que ella le encargaba, no entendía yo de clases sociales ni de esas pavadas a las que ella y su hija se aferraban.

Al fondo de la propiedad estaban las dependencias de las criadas y los lugares para el lavado y planchado, la cocina y otras cosas. Yo disfrutaba mucho yendo a ese lugar a escuchar las historias que me contaban y a jugar con ellas a escondidas. Mi prima era mayor que yo y no me prestaba mucha atención porque era una adolescente impertinente y maleducada a quien yo apenas soportaba.

Por suerte en ese pueblo teníamos muchos parientes que nos esperaban cada día para que vayamos a visitarlos y pasar el día con ellos, así un día íbamos a una casa, otros a otra y la estancia eran más llevadera. 

Con el tiempo los viajes se espaciaron, y fuimos dejando esa costumbre de ir a su casa cada verano. Después de muchos años volví al pueblo y fue para mi un gran shock emocional porque la civilización se había adueñado del lugar. Las calles de arena eran ahora calles de asfalto y veredas, la casa de tía Lola había sido derribada y en su lugar había un gran supermercado. Todos los recuerdos se me vinieron encima y sentí una terrible nostalgia y tristeza porque ya nada era como yo lo recordaba. Nunca más volví a ese lugar, prefiero conservarlo en mi memoria con sus aromas y sonidos, intactos, como cuando era una niña.

Copyright © 2020 Nélida Liliana Vieyra, All rights reserved


LOS VIAJES

 

Mis viajes comenzaron en la infancia con las vacaciones del colegio, en verano. Entonces la única alternativa era ir a la provincia de Corrientes a visitar a los parientes de mi mamá y ver en el camino a los parientes de parte de mi papá.
El calor hacía que la pesadez de la siesta me cerrase los ojos y pese a mi insistencia por permanecer despierta para hacer diabluras con mis primas y amigas terminaba durmiendo hasta la hora más fresca de la tardecita. Tomaba un rico chocolate frio con leche y galletitas y me bañaba y salía a pasear, a la plaza, a la casa de tíos y otros parientes que se desvanecen hoy en mi memoria.
Después cuando fui más grande iba a la provincia de Entre Ríos, a Concordia, a la casa de mi tía Adelaida, pero eran unos días nomás para alejarme de las preocupaciones de la ciudad. ¡Era una tierra llena de misterios e historias interesantes, había un castillo abandonado, las Ruinas de San Carlos, donde había caído con su aeronave Xavier de Saint Exupery, ¡el mismísimo autor del Principito! 
Había un convento con inquietantes leyendas que decían que los aborígenes invadieron el lugar y luego de violar a las religiosas las habían asesinado y que algunas veces se escuchaban allí ruidos y quejidos remanentes de esa tragedia. El día que conocí el lugar era una tarde lluviosa y lúgubre que hacía temer lo peor. Para llegar tuvimos que atravesar el vado de un rio, la humedad, la vegetación abundante, los animales refugiándose entre las ruinas hicieron que no termináramos la expedición por sentir como flotando en el aire una siniestra sombra de desazón y misterio. Huimos prácticamente y la lluvia comenzó a arreciar con todo, casi impidiéndonos regresar por el vado que estaba crecido. Nunca más volví a ese lugar. Quizás fue la imaginación o la fantasía, pero creo que había algo raro que me producía ese estremecimiento e intranquilidad de lo sobrenatural.
Mis colegas viajaban siempre a distintos lugares y me invitaban, pero yo siempre decía que no porque tenia a mis hijas chicas y no quería desaprovechar el tiempo de pasar con ellas las vacaciones, ya que siempre trabajé y era el único momento que tenía para que compartiéramos juntas. Mis primeras vacaciones con ellas fueron a Córdoba, ¡una provincia que tiene tanto encanto y lugares increíbles!
Luego nos fuimos independizando ellas y yo, creciendo y comencé recién hace unos pocos años atrás a viajar con mis amigas. Empecé a festejar mi cumpleaños en algún lugar distinto y ese era el regalo que me hacia a mí misma cada vez. El último viaje en familia con mis hijas fue en 2011 que hicimos un recorrido de varias provincias del Norte argentino, llegando hasta Jujuy, donde volví a ver después de muchísimos años a mi amiga de la infancia. Fue tanta la emoción que llorábamos ella y su mama y nos abrazábamos y nos mirábamos y volvíamos a llorar de emoción y alegría. Después volví varias veces más a Salta y Jujuy que son hermosas, y fui a quedarme con mi amiga, y hasta llegamos a pasar una fiesta de año nuevo juntas.
Ahora por la pandemia mundial no he podido realizar los proyectos que tenia para el 2020, se sumaron problemas de salud que tengo que resolver antes de continuar con esta pasión por conocer lugares, personas y admirar paisajes. ¡No veo las horas de armar mi valija y salir en busca de aventuras!
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miércoles, 7 de octubre de 2020

LA AZAFATA INTERGALACTICA


 Con esta imagen y la consigna de usar en un breve relato los verbos marcados con # hice esta historia para un concurso literario, ¿pueden dejarme su opinion? Gracias.

Los viajes intergalácticos son cada vez más tediosos. Se los digo yo, como azafata de la ZX56, la súper veloz y segura de las naves. La compañía quiere #expandir sus líneas a nuevos planetas, pero no creo que puedan cumplir con todos los compromisos. En el último tiempo tuvieron que #cancelar varios itinerarios. Por ese motivo, hubo disturbios en Júpiter y Mercurio.

#Desfalleciente llegué a Tierra en la última travesía y fue ahí que me enteré de que me estaban esperando para subir a otra nave rumbo a Saturno. ¡No tuve el descanso necesario!, ¡no cumplí los plazos previstos en la cámara de desinfección!

Por otra parte, el constante cambio de atmosferas, los distintos menús encapsulados y el agua artificial me están enfermando. ¿Será que la realidad me hizo perder el encanto de los primeros años cuando ansiaba conocer y viajar por todo el universo?

Hoy hablare con Robot Boss, le plantearé estas cuestiones y me tomaré unas vacaciones para pensarlo.


lunes, 21 de septiembre de 2020

MUCHACHA OJOS DE PAPEL


Para vos que siempre estas dentro de mi corazón como un hermoso recuerdo.

Las canciones son mucho más que eso. Detrás de ellas están escondidas emociones, recuerdos, hitos de nuestra historia que se rememoran al escucharlas.

En mi época se celebraba el día del estudiante y de la primavera con un picnic. Desde antes estábamos inquietas y nerviosas porque sabíamos que podíamos volver de esa aventura, enamoradas. Había que elegir bien la ropa, el peinado y todas esas cosas que usamos las mujeres para seducir. Pero, en este tiempo de mi relato era lo más,  usar un jean Wragler, unas zapatillas Flecha preferentemente blancas y una remera o blusa de colores. Yo no tenía muchos pantalones en mi casa, mis padres lo consideraban de mal gusto y andaba siempre de polleras.

Ese día mi amiga, Ely Pinto, me prestó un Wrangler beige, casi color caca, horrible, pero era la moda y lo prefería mil veces a tener que ir de falda.

Fuimos al Touring Club que tenía un predio grande con árboles y lugar suficiente para realizar el encuentro de jóvenes. No éramos solamente los de mi colegio, había también de otros. Buscabamos un espacio para sentarnos a comer los sándwiches de milanesas, tomar las gaseosas calientes y sin gas, apropiarnos de un pequeño territorio en donde guardar nuestras cosas y poder jugar a la pelota o algo así, pero estaba todo repleto.

Hacía calor y dábamos vueltas sin encontrar sitio. De repente, un grupo de chicos cantaba y tocaba la guitarra. Nunca los había visto antes, serian de otra escuela. Nos acercamos para escuchar y mi mirada se encontró con los ojos verdes más hermosos que había visto, después de los de Alain Delon, por supuesto. Me quedé embobada mirándolo y él me correspondía. Mis mejillas se incendiaban y sabía que la canción que estaba cantando era para mí, si, ¡yo era la destinataria! Mi corazón latía con más fuerzas y todo desapareció a mi alrededor, sólo existía esa canción, sus ojos y ese muchacho desconocido.

“Muchacha ojos de papel, no corras más quédate conmigo hasta el alba…” decía él y yo era su muchacha de papel.

Después que terminó de cantar se presentó, era de la escuela Industrial. Y pasamos toda la tarde juntos. Al despedirnos prometimos volver a encontrarnos.

Y acunados por esa emblemática canción comenzamos la primera relación de mi adolescencia, él fue mi primer novio.  

Cada vez que oigo ese tema, el recuerdo me hace sonreír y mágicamente vuelvo a tener 16 años.

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jueves, 17 de septiembre de 2020

AUTOBIOGRAFIA FICCIONAL

 



Este es un trabajo para el Taller de Escritura en el que participo. En cada oración me daban las primeras palabras y yo debía completarla con otras para hacer la historia.



De adolescente creía que todo era posible. He pasado mucho tiempo pensando en esas cosas, en mi cama, mientras miraba el techo.

Prefiero mirar hacia adentro ahora porque comprendí que es lo más valioso. Uno de mis amigos decía que soy una mujer con mucha vida interior.

Terminar un viaje no es solamente desarmar la valija, es recordar los paisajes andados.

Olvido lo que guardé en los bolsillos: piedras, caracoles o plumas de colores que fui juntando para que me protejan en la ciudad, como valiosos talismanes contra la rutina.

Quizás he hablado bastante de estas cosas con mis amigos, porque ellos también, me dan piezas que traen de sus viajes.

Me meto a mirar en los estantes y encuentro trozos de algas petrificadas, el diente de un tiburón, un coral desteñido.

No me da miedo esa naturaleza muerta, que evoca mis andanzas.

¡No escucho ahora el fresco rumor del mar dentro de la caracola, pero imagino las olas que vi tantas veces!

Me sorprende el brutal ataque del hombre contra la naturaleza, la tala de árboles, la contaminación de los ríos, la extinción de las especies. Somos suicidas.

Tardo en ver que reaccionen protegiéndola.

Le hablé a mi nieto mayor para que se mude aquí, la casa es grande y me encuentro sola.

La competencia por ganar su amor no me preocupa yo sé que conmigo se siente libre.

Describir con precisión mi vida, es una ardua tarea, muchas cosas se borraron de mi memoria, otras, como no las sé, las invento y trato de armar un relato más o menos coherente.

Me pregunto si de vieja estas cosas serán realmente importantes.

Sentada, con las piernas al sol, mi piel comienza a enrojecerse.

Engañé a la muerte muchas veces, me salvé y sigo viva, sintiendo.

Hago chistes diciendo que tengo un amante joven oculto entre mis sabanas. No me creen.

No me imaginan encendiendo la sangre. No me permiten imaginarlo siquiera.

No creo que exista algo malo en pensar esto.

Mi prontuario judicial esta impecable. Fui a la justicia solo para tramitar los divorcios y escribir mi testamento.

Me gustaría que por eso me dieran un premio.

Prefiero aburrirme sola, acariciando a mi gato mientras él mueve impaciente su cola.

Paseo por los jardines y almuerzo en la terraza rodeada de geranios y malvones.

En cuestión de comidas, prefiero las carnes asadas.

No puedo negar que soy argentina.

Puedo prescindir fácilmente de los picantes y la mayonesa light tan desabrida.

En un país extranjero, no sé si comería productos desconocidos.

Me fijo en su preparación, sus ingredientes.

Es mejor que no lea una mala critica del lugar porque ni siquiera entro.

La guerra me parece esa competencia inútil entre marcas de comida chatarra.

He visto a un hombre cuyo vientre era exorbitante. Es culpa de esas ingestas grasas tan nefastas.

No estoy segura de que me guste realizar un crucero, me da vértigo y nauseas navegar.

No digo que siempre fui así, sino que con los años, el organismo responde diferente.

No paro de reír recordando el viaje a Colonia con aquel grupo de franceses.

Al regresar de nuevo a esos lugares recuerdo que el mejor momento no fue su declaración de amor sino cuando me beso en la boca delante de todos. Allí supieron que me casaría nuevamente.

Como soy una mujer mayor, piensan que soy incapaz de tomar mis decisiones.

Espero no encontrarme nunca con los que me dijeron que esa era otra de mis locuras.

Las palabras son como piedras lanzadas en el agua al atardecer.

No conozco a nadie que se dejara llevar por el corazón como yo.

En las vitrinas, los Laliques y los Baccarats se cubren de sombras. No puedo dormir temprano como pretenden.

Puedo dormir recién después de beber mi te de menta y jengibre.

Se me ocurrió la idea de contar mis memorias.

Tengo la costumbre de empezar siempre y no terminar.

En verdad, no veo nada extraño en eso, sino el simple afán de perpetuarme.




Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

martes, 15 de septiembre de 2020

MIS VECINOS: LOS SANABRIA




Quiero agradecer a Maria Laura O. por las fotos que me envió para la publicación.

Casa de por medio vivía la familia Sanabria, don Manuel que era cordobés y su esposa doña Irma entrerriana. Desde que los conocí tuvieron negocio, primero una carnicería, verdulería y luego supermercado. Tenían 4 hijos: Beatriz, María, José y Hugo. Todos jugaban conmigo. También, hacíamos las tareas del colegio y hasta cocinábamos algunas cosas para el té de la tarde, ya que en una época me gustaba amasar panecillos y elaborar tortas.

Con Mary hacíamos los mandados juntas, leíamos poesía, escribíamos, dibujábamos y éramos las más compinches. Nos pasábamos muchas horas conversando. Irma fue la primera chica del grupo que aprendió a manejar una estanciera que tenían. José el mayor de los varones falleció demasiado pronto. Era un buen muchacho siempre sonriente y muy trabajador. Todo el mundo lo quería por su simpatía y amabilidad. El barrio entero lo lloró durante el paso del cortejo fúnebre por las calles que lo habían visto crecer. Tuvo una sola hija Noelia, a quien adoraba,  que ahora vive en Misiones y a veces la encuentro cuando viene de visita por estos lados.

El patio de la familia Sanabria era el más grande y estaba todo construido en cemento lo que se prestaba para que hiciéramos ahí todos los asaltos, cumpleaños y festejos que surgieran.

También tenía un equipo con grandes parlantes para pasar la música y bailar. Con ellos celebrábamos las fiestas de Navidad, Año Nuevo y casamientos, cumpleaños y almuerzos vecinales. Se armaba una larga mesa y cada vecino llevaba sus sillas y su comida todos compartíamos. Mientras que, los mayores jugaban algún partido de truco entre gritos y risas, nosotros los más jovencitos bailábamos. Los que pasaban por la calle y eran conocidos se iban sumando al festejo.

A esas fiestas concurrían las familias: Saccomani, Bosco, Pérez, Velazquez, Morinigo y además venía a veces Juan Cruz con su guitarra y cantaba para la concurrencia.

Cuando fuimos más grandes y estábamos aprendiendo a ser señoritas con Mary compartíamos los maquillajes, esmaltes de uñas, las fotonovelas, las canciones favoritas, nos gustaban los mismos actores, nos enamorábamos de alguno que otro muchachito del barrio por el que suspirábamos sin que el interesado lo supiera. Éramos inseparables.

Mary se enamoró de José, y se casaron tuvieron tres hijos: Javier, Silvana y Adriana. El tiempo pasó y aquellos bebitos que tuve en mis brazos alguna vez hoy son hombres y mujeres. Ellos siguen juntos consolidando su familia y ahora tienen un hermoso negocio en el barrio. Han trabajado mucho para lograr esto: son un ejemplo de progreso y dedicación.

Nuestras vidas tienen muchos puntos en común, no puedo contar mi historia sin que los Sanabria no estén presentes. Todos éramos, no sólo vecinos o amigos, parecíamos más bien una familia.

Todavia nos seguimos viendo y esa amistad está presente en cada encuentro.


jueves, 10 de septiembre de 2020

MIS PRIMEROS AMIGOS DEL BARRIO


 Mi primera amiga en el barrio nuevo fue Ely Pintos, a falta de hermanas, nos encontramos las dos a los cuatro años y aunque ahora vive en Humahuaca, seguimos siendo amigas, al vernos siempre renace esa relación de compinches que supimos tener.

Fuimos hasta primero superior (sí, soy de esa época) juntas a la escuela, después ella se cambió a un colegio privado de monjas y nos veíamos solo en las tardes, o los fines de semana. Sus padres eran bolivianos y su mamá Doña Nora tenía un almacén en su casa, su papá era metalúrgico como el mío y ambas familias nos hicimos muy amigas, casi una familia. Entonces, todo era muy familiar.

En mi cuadra jugaba con Mary Sanabria. A las dos nos gustaba leer y cantar y contarnos historias. Todavía tengo una poesía que me regaló adornada con flores y hojas pintadas con lápices de colores. Leíamos historietas, y más adelante cuando crecimos, las famosas fotonovelas románticas.

En la casa de Sanabria años después haríamos los asaltos porque tenían un gran patio y nos juntábamos a bailar y escuchar música.

Otro amigo de mi infancia es Carlitos Rojas, su papá un santiagueño amante de las chacareras, excelente bailarín, aunque sordo, era compañero de trabajo del mío. Ellos compraron un lote cerca de nuestra casa, en la otra cuadra.

Él era un amigo, un hermano, aunque más chico que yo, fuimos inseparables en una época. Él estudiaba magia por correspondencia y yo era su ayudante.

Otro amigo era el gordo Pallero, pobrecito de chico tuvo parálisis infantil y andaba en una silla de ruedas. Para nosotros, no era un discapacitado, nos acompañaba en todo y tenía una ventaja: sabía tocar la guitarra y cantar. Así. que con él, la fiesta estaba asegurada. Fue el primero en dejarnos, y su muerte me afectó bastante.

Todas las tardes después de la hora de la merienda y de haber hecho las tareas escolares, nos sentábamos frente a mi vereda a charlar, a cantar, a jugar carreras de una cuadra, a encender fogatas y mirar las estrellas. Soñábamos con los ojos despiertos. No sé de qué hablábamos, pero las conversaciones eran interminables, nos tenían que llamar varias veces para ir a cenar.

Yo tuve siempre muchos amigos varones y sabia jugar a la pelota, a las bolitas, a las figuritas y trepar a los árboles como Tarzan.

Al empezar la secundaria todo cambio y se acabaron las charlas en la vereda, las canciones, los cuentos y relatos inventados, el terror al hablar de los muertos y aparecidos. Pero, siempre quedó esa complicidad al saludarnos, al vernos, al encontrarnos.

En mi casa escuchábamos la radio, tuvimos televisión tardíamente, a mi mamá le gustaba Héctor Larrea y escuchar tangos. También, las radionovelas que seguía a la tarde mientras preparaba la cena. Una vez fuimos a conocer al elenco del Negro Faustino que había hecho una presentación en la Sociedad Española de Socorro Mutuos de San Miguel. Ella guardaba el autógrafo de sus artistas dentro de un cuaderno, como un tesoro.

Nuestra vida era sencilla, pero llena de colorido, nos disfrazábamos para el carnaval, remontábamos barriletes en otoño, andábamos en bicicleta hasta que llegaba la nochecita, reíamos y nos divertíamos con pavadas.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

martes, 8 de septiembre de 2020

LA CALESITA, OTRA, LA DE CUALQUIER BARRIO.


(Este es un trabajo para el Taller de Escritura del que estoy participando. Como una   calesita volví sobre el mismo tema quizas porque uno vuelve a los lindos recuerdos cada vez.)

Un día, de pronto el aire se llenaba de música y una voz gangosa anunciaba por los parlantes que llegó la calesita. Una esquina cualquiera del barrio se transformaba entonces con mágicos colores y risas, ensueños y entusiasmos, algarabía y deleite.

Iba de la mano de mamá y me subía al caballito azul.  Temerosa de despegarme de la seguridad del piso emprendía esa travesía incierta y ruidosa. La mirada atenta de mi hermano y su guiño cómplice me daba el empujón necesario para despreocuparme. El paisaje se desenrollaba a mi alrededor como un caleidoscopio. Las caras desaparecían en las curvas. Yo buscaba su rostro entre los demás. Me reía disimulando esa extraña inquietud de vértigo y satisfacción. En cada vuelta ella levantaba su brazo saludándonos, sonriendo. No nos queríamos bajar. Insistíamos que la próxima sería la última y repetíamos el truco hasta que se acababan las monedas.

Al final regresábamos a casa mareados de felicidad. Bromeando y saltando, dando vueltas alrededor de ella pidiéndole que nos vuelva a llevar al otro día mientras, a lo lejos, las canciones de Leo Dan y Palito Ortega giraban para siempre.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

sábado, 5 de septiembre de 2020

LA CALESITA DE RENÉ

 

Cuando aún vivía en Villa Ballester, al lado de mi casa había un lote baldío que usaban para instalar calesitas. El dueño de una de las tantas que vino se acercó a nosotros y luego de algunas charlas con mis padres se formó una especie de amistad. Cada tanto la calesita volvía a instalarse ahí y mis padres le daban la luz, el agua y a cambio mi hermano y yo dábamos vueltas gratis toda la tarde. Como yo era pequeña me subía siempre con alguien que me cuidara, unas amigas de mi hermano, mi hermano o a veces mi mamá. 

 Mi hermano, al ser más grande y canchero se largaba de la calesita en movimiento imitando a René el calesitero. Un día no tuve mejor idea que imitarlo y me fui de nariz al piso cayendo debajo de la calesita. Me hice un par de raspones, ligamos un reto mi hermano y yo y mi mamá nos dejó una tarde completa sin poder subir, en castigo, por la imprudencia. 

Al tiempo de mudarnos en el nuevo barrio, vimos que donde hoy está la plaza Jorge Newbery se estaba instalando una calesita. Esa tarde yo estaba primera en la fila para subir cuando por esas casualidades que tiene la vida descubrimos que el dueño era René el amigo de mi papá. Nos saludamos, lo invitamos a conocer la nueva casa y a partir de ahí otra vez fui la niña privilegiada que andaba hasta el cansancio en la calesita.

Pero no solo las calesitas, los parques de diversiones y los circos también llegaban al barrio y se instalaban en los lotes baldíos. No me perdía ninguno de estos apenas llegaban.

Las voces de Palito Ortega y Leo Dan se escuchaban gangosas por los altoparlantes anunciando la llegada del Gran Parque de Diversiones Babilandia Park, e invitaban a la fiesta. Todo el día insistíamos pidiendo que nos lleven a ver tales maravillas.  Luego de prepararnos como para ir a un baile de gala, bañados y perfumados íbamos a ver el espectáculo. 

Una vez subimos a la rueda giratoria, a mí no me gustaba la altura, pero hice coraje. ¡Qué alta parecía cuando llegamos a la sima! me daba vértigos y reía a carcajadas para disimular mi pánico.

Un hombre que parecía tener pocas luces y que andaba siempre vestido con un traje gris como el de guarda de tren y al que nosotros le decíamos el loco, también subió. De pronto escuchamos un crujido de hierros y un chillido que nos puso pálidos. Una parte del engranaje se zafó y quedamos en la parte alta que dejó de girar. El “loco” empezó a gritar que se quería bajar y se desprendió del asiento y comenzó a caminar colgado como un mono de las estructuras metálicas del juego. Parece que le dio un ataque de fobia, aunque en esa época no se sabía mucho de esas cosas. Y lo tuvieron que bajar entre varios corajudos que se treparon al armazón para rescatarlo. Lo bajaron y lo llevaron en una ambulancia. Durante todo ese tiempo nosotros estuvimos quietecitos en el asiento que se hamacaba con el viento mirando el espectáculo inesperado. Nunca más subí a ese juego.

 Los botes hamacas me gustaban, pero era temerosa de ir muy rápido y alto entonces le hacía jurar al que me acompañaba que iríamos despacito, aunque muchas veces hacían caso omiso a mis advertencias y yo gritaba como loca mientras el cielo iba y venía en cada vaivén. El estomago se estrujaba y la risa y los gritos hacían parecer que me estaba divirtiendo.  

El tiro al blanco, el tumba-latas eran mis preferidos, y a veces traíamos algunos premios que nos daba la inmensa alegría que tiene todo vencedor. Por supuesto que nadie ganaba los premios mayores como el super oso de peluche, o la muñeca que tenía los cabellos rubios y nos miraba desde la caja envuelta en celofán. Siempre era un cenicero de cerámica o un llavero, lo que opacaba un poco el triunfo.

Después de ir al circo siempre volvíamos creyéndonos artistas: comenzábamos a hacer malabares, yo me colgaba de los árboles como una trapecista y hasta habíamos colocado un alambre y practicábamos con Ely Pinto el caminar por la cuerda floja. Nos impresionaban la rueda de la muerte donde un hombre motorizado giraba como un hámster mientras nosotros aplaudíamos frenéticos. Los acróbatas con sus vuelos cerca del techo de la carpa que nos mantenían en vilo mientras se volvían a encontrar en el abrazo salvador.

Ahora ya no pasan esas cosas, y los circos que vienen lo hacen en el predio de grandes supermercados, tampoco quedan muchos terrenos baldíos donde instalarse creo, que con el tiempo, será otra cosa que pasará a la historia.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

miércoles, 2 de septiembre de 2020

EL REGRESO DE MAMÁ


 Luego de varios meses en el hospital mi mamá regresó. Con mi tía Rosalba fuimos a buscarla hasta la ruta, ansiosas por verla llegar. Luego de varias operaciones y de haber estado al borde de la muerte, volvía a su casa, a su vida, a su familia.

Casi no la reconozco por lo delgada y demacrada que estaba, solo sus grandes ojos me daban la certeza que era ella. Soltándome de la mano de mi tía corrí a sus brazos y las dos lloramos. Ella me decía que estaba grandota, hermosa, y agradecía a mi tía sus cuidados para conmigo.

Su salud era frágil y debió volver al hospital varias veces más, en cada caso me quedaba con mi tía quien fue siempre para mi otra madre más por su cariño y su paciencia. Mamá sufrió otras operaciones y su vida siempre estuvo suspendida de un hilo, pero tenía una fortaleza espiritual admirable.

Ella se había recibido de Maestra Normal Nacional en la ciudad de Mercedes, Corrientes, en la escuela “Manuel Florencio Mansilla “y de joven enseñó en algún lugar de su provincia natal teniendo que dar clases bilingües (guaraní- español).

Ya en Buenos Aires instalados en nuestra nueva casa, mamá se dedicaba a enseñar a alumnos particulares, y en el barrio enseguida se hizo conocida y venían a casa casi todos los chicos en edad escolar.

A veces, cosía para afuera también, era muy habilidosa y se había hecho de una clientela de señoras gordas a quienes les hacía unos hermosos modelitos. Entre sus clientas estaban la mamá de Carlitos Rojas, la mamá de Eduardo "Pájaro" Ibarra, Doña Olga y su hermana Irma, la madre de Mary Sanabria.

De ella aprendí a coser, bordar y hacer todo tipo de manualidades y a tejer con dos agujas ya que a crochet me había enseñado mi tía Rosalba cuando estaba con ella.

Los altibajos de la economía, hacía que ella tuviera que ayudar con estos ingresos a la canasta familiar. Con su regreso a casa nuestra vida fue retomando la normalidad, ahora solo quedaba traer a mi hermano que aun estaba en el campo para que todo fuera perfecto. 

Mi papá siguió trabajando de soldador trazador y en sus últimos años de actividad la soldadura le había dañado  la retina así que el médico le dio el ultimátum: tenía que cambiar de profesión o quedaría ciego.

No sabiendo qué hacer y próximo a jubilarse se dedicó a la construcción hasta que se jubiló, ya que no quería la pensión por invalidez que le propusieron. En sus ratos libres hacía su huerta, escuchaba la radio: los programas de Héctor Larrea, Antonio Carrizo y en la televisión le divertía el Negro Olmedo y Jorge Porcel.  

De joven había trabajado en las minas de piedra caliza lo que le afectó los pulmones y como además fumaba su sistema respiratorio que se fue deteriorando con los años. Tuvo varios infartos, y por último terminó con un enfisema pulmonar, apenas podía caminar y el mínimo esfuerzo lo dejaba sin aliento.

Era chistoso, de carácter jovial y alegre, muy sabio en su pensamiento no parecía que sólo había podido asistir a la escuela primaria, en el campo, hasta tercer grado. Su sabiduría provenía de las experiencias de su vida. 

Era un excelente cocinero, famoso por sus locros del 25 de mayo o 9 de julio ya que lo preparaba en unas ollas grandes tipo regimiento que tenía para ese fin y convidaba a sus vecinos quienes pasaban con una ollita a retirar la porción que él generosamente les daba.  El día anterior ya ponía el maíz en remojo, compraba los chorizos colorados, los menudos de chancho y todas las verduras y cosas que le iba a poner dentro. Se levantaba temprano, a la madrugada para hacerlo hervir y cada ingrediente se iba añadiendo a la cocción en determinados momentos para que uno no se cocine más que el otro. Era todo un ritual.  Eso sí, era un locro correntino con batatas y mandiocas.

Las especialidades de mi madre eran la pastaflora de dulce de membrillo que le salía deliciosa y en cada cumpleaños yo le pedía que me haga el Struddel de manzana con canela y pasas que le salía espectacular.

En mi casa a pesar de ser una familia correntina no se tomaba mate. A papá se lo habían prohibido por razones médicas, y mi mamá decía que era antihigiénico eso de chupar la misma bombilla unos y otros. Tomábamos te. Todos los días teníamos la ceremonia del té, a las cinco de la tarde nos sentábamos a la mesa donde no faltaban algunas delicias preparadas por mi mamá, o tostadas con manteca y mermelada en el peor de los casos. Costumbre vigente hasta hoy.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra


martes, 1 de septiembre de 2020

OTRO GRAN MILAGRO.


 Como contaba al principio mi vida es una larga cadena de milagros. Primero el que me salvara al nacer cuando los médicos ya me daban por muerta gracias a la intersección de la Virgen de Lourdes, y luego los sucesos que fueron aconteciendo hasta la fecha lo demuestran.

Si bien nací en una familia católica muy activa y participativa mi fe se fue agrandando con el paso del tiempo y sobre todo con este hecho que marcó como un antes y un después. A partir de esto creí para siempre en la bondad de nuestro creador.

Estando en casa de mi tía Rosalba, teniendo unos 4 o 5 años, una noche, escucho llantos y conversaciones en voz baja. 

Sabía que mi mamá estaba muy grave ya que mi tía me lo había dicho y me pidió que rezara por ella. 

Inmediatamente me sobresalté y me bajé de la cama para espiar que pasaba.  Abriendo un poquito la puerta con mucho sigilo comencé a escuchar: Mi papá estaba llorando y tenía un bolso con todas las cosas de mi mamá, se las habían devuelto en el hospital diciéndole que ella no pasaría de esa noche y que avise a los familiares para organizar su funeral. Mi tía lo consolaba y le decía que no había problemas que yo me quedaría con ella, que mejor era que la velen en una casa funeraria porque si lo hacían en mi casa yo siempre recordaría ese momento y sería traumático para mí. Ninguno se imaginaba que yo pudiera estar escuchando todo.

A mí se me desgarró el corazón, no podía imaginarme siquiera que mi madre pudiera morir.  Temblando me acosté de nuevo y esa noche no dormí rezando y pidiendo por su vida. Recuerdo que no rezaba una oración formal, le hablaba a Dios y trataba de convencerlo de la falta que me hacía mi madre y que no quería perderla. Enviaba a los ángeles para que la protejan y pedía sin cesar por su salud hasta que de cansancio quedé dormida.

En esa época no había teléfonos en todas las casas y mi tía le había dado a mi papá, unos días antes, el número de una casa vecina para que avise cualquier novedad respecto a mi mamá.

Al despertarme, sentí los ojos hinchados de tanto llorar y un gran dolor en el pecho.  Esperaba el momento que alguien me dijera que mi mamá había partido de este mundo. Pero por otro lado pensaba que quizás había sido escuchada y que Dios hubiera tenido compasión de mí.

Mi tía también estaba acongojada y llorosa y trataba de disimular lo que yo ya sabía. Sería el mediodía cuando vino una muchacha corriendo a buscar a mi tía porque tenía una llamada telefónica en su casa. Yo me ahogué en espanto pensando que la noticia fatal había llegado, mi tía voló hacia el teléfono. 

Miles de cosas pasaron por mi cabecita en esos momentos, quería recordar la cara de mi mamá y no podía, se me mezclaban las imágenes y no podía armarla más que en trozos de sonrisas, veía sus manos pequeñas y suavecitas.

Al rato volvió mi tía llorando y me abrazó fuerte, casi gritando me dijo: ¡¡¡tu mamá está bien!! ¡¡es un milagro!! salió del coma y ya conversa.

Yo también lloré en un estallido de júbilo y liberación, la angustia se escapaba y una gran paz me iba envolviendo el espíritu. Dios si, había escuchado mi pedido, mi mamá pronto estaría con nosotros otra vez.

Y así fue, la misericordia de Dios es infinita y me lo ha demostrado en muchas otras ocasiones que ya les contaré.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

LOS RAMIREZ Y LOS QUIRÓS, EN EL BARRIO


 No sé cómo ni cuándo mi mamá se encontró con mi tío Ramón Ramírez que vivía a dos cuadras de casa. El apellido de ella era Ramírez y Ramón era su primo hermano. Retirado de la Armada era un hombre muy hábil para cualquier cosa que se propusiera, muy inteligente y capaz, armaba artefactos estrafalarios que siempre tenían alguna utilidad. Básicamente era armero y a eso se dedicaba. Tenía muchos amigos sobre todo correntinos como él. Así fue como mis padres se encontraron con   la familia Quirós que vivía a dos cuadras de casa más o menos, frente al negocio de Pelayo y donde terminaba el colectivo entonces.

Don Quirós como le decíamos, también había estado en las fuerzas armadas no recuerdo si era  de la Armada o Gendarmería, había sido amigo de mi papá cuando estaban en Curuzú Cuatiá y creo que habían hecho la conscripción, entonces obligatoria, en el mismo regimiento: El 9 de Caballería. 

Cuando se encontraban pasaban horas recordando anécdotas. Mi papá conocía a la familia Barrientos, que eran familiares de la esposa, Doña Elba. Así que establecidos en este nuevo territorio encontraban en su amistad los lazos que los unían al pago querido.

 Enseguida nuestras familias se hicieron amigas. Tratando de cambiar el barrio y mejorarlo Don Quirós, mi tío Ramón, Don Félix Pinto (papá de Ely mi amiga que ahora vive en Jujuy), y mi papá formaron parte de la comisión directiva de la Sociedad de Fomento que recién empezaba a funcionar. Todos colaboraban cuando había bailes o chori paneadas. Juntos con otros vecinos realizaron el zanjeo que saneó toda la zona que antes era muy inundable. Trabajan gratuitamente por solidaridad. Consiguieron la prolongación del recorrido de colectivos hasta la calle 6, la edificación de la escuela del barrio que entonces estaba ubicada frente a la plaza sobre la calle Solís, hicieron veredas de material para no embarrarse cuando iban a tomar el colectivo para trabajar. Recuerden que la única calle asfaltada con un mejorado para el loteo era la Avenida Sarmiento.

 Las mujeres tenían un ropero infantil para darle abrigo a los más necesitados, y donaban libros y lo que pudieran para beneficiar a los que tenían menos. Todo estaba bien organizado.

Don Quirós tenía una chata y era normal escuchar su silbido estridente que anunciaba su llegada. Todos los chamamés eran silbados y tarareados sin parar mientras manejaba o esperaba en una esquina.

Con sus hijos también nos hicimos amigos, yo recuerdo a la que decían Ñata que, si bien era más grande que yo solíamos charlar juntas, el Ñato otro de sus hijos y Roberto que era casi de nuestra edad, el menor de todos. Muy amigo de mi primo José, también aficionado a la música, se volvió enseguida un integrante más de nuestro grupo. Cuando le permitían venia a jugar un rato con nosotros, a hamacarse y a subir a los árboles.

Mi mamá era la maestra particular del barrio y en casa nos encontrábamos con todos los chicos que venían a aprender a leer y escribir, a dividir o multiplicar, pero también daba un recreo que aprovechábamos para jugar. 

En nuestra infancia vivíamos como adentro de una gran familia. Todas las madres eran nuestras madres y tanto nos agasajaban como nos reprendían si hacíamos algo mal y nos aconsejaban como si fuéramos hijos suyos. Tanto era así que entre nosotros pensábamos que todos éramos parientes y solíamos decir "tía" a cualquiera de las señoras que eran amigas de la familia, por mucho tiempo pensé que los Ramírez y los Quirós éramos parientes.

Luego ellos vendieron la casa y se mudaron a Corrientes, de vez en cuando volví a ver a alguno de ellos, pero ya adultos.

Con el paso del tiempo esa gente y otras conocidas tomaron nuevos rumbos, pero permanecen en el recuerdo de aquella época tan pura y linda que nos tocó vivir.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

LOS ALBORES DE NUESTRO BARRIO

 

Al principio el mayor problema que teníamos era el transporte público de pasajeros. La Primera de Grand Bourg fue la primer
empresa que comenzó con sus servicios al barrio, pero su recorrido era desde las Estación San Miguel hasta la calle Pampa o Pedro de Mendoza.  Ante los reclamos de los vecinos alargaron el servicio hasta la calle 5 donde actualmente está el negocio de Pelayo, y donde se conserva todavía la garita de colectivo de la antigua terminal. Ahí daban la vuelta los colectivos y volvían a San Miguel.

A medida que el barrio fue creciendo en población también crecieron las necesidades, por eso los vecinos se organizaron formando una Sociedad de Fomento que funcionó sobre Avenida Sarmiento. 

Mi papá durante años fue miembro de la Comisión Directiva que estaba formada por los vecinos.

 Gracias a este emprendimiento se formó una comisión Pro-escuela y se solicitó la creación de la que luego sería la antigua escuela 60, ahora 15.

Se zanjearon más de cien cuadras para evitar que las casas se inunden. (Recuerden que antes había una laguna enorme que comenzaba en el zanjón y se extendía casi hasta 197 y que luego fue entubada). Esto lo hacían los vecinos   los sábados y domingos.  Existía un sentido solidario muy grande. La mayoría de los que vivían en el barrio eran provincianos, gente que dejó sus pagos buscando un mejor pasar.  A todos los unía el deseo de progresar y tener un buen lugar para vivir y disfrutar en familia. Concretaban el sueño de la casa propia, se adueñaban de su destino.

La Sociedad de Fomento era un importante  centro de recreación: se hacían bailes familiares, con músicos en vivo. Otras veces se pasaba cine en una gran pantalla de tela y cada vecino debía concurrir con sus sillas ya que no había suficientes para todos. Se organizaban concursos de disfraces, concursos de tango y folklore. Campeonatos de futbol, de truco y las famosas kermeses para recaudar fondos. 

Así nos conocíamos todos, y la gente se ayudaba buscando el bien común. De esa escuela nosotros fuimos aprendiendo basándonos  el ejemplo de nuestros mayores.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra


lunes, 31 de agosto de 2020

ESCRITOS RECIENTES

 INSTANTE

Erguidos nardos perfuman y se mecen.

Un brevísimo cielo azul se escandaliza ante la imperturbable bandada que lo atraviesa.

Me gusta este momento: el telón se corre y aparece tímida otra escena diferente que se desarrolla vertiginosa y toma protagonismo.

El horizonte estalla en rojos, naranjas y violetas. 

La tarde se incendia y todo parece de oro como en la leyenda de la Ciudad Perdida.

Los pájaros se apresuran a refugiarse en sus nidos y los árboles se llenan de rumores y píos.

Sigilosas sombras rodean las siluetas.

 Un instante mágico y luego es la noche.

Comienzan a encenderse las luces en la vereda y yo sonrío.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra


ESTA MAÑANA

Abrí mis brazos aletargados y doloridos.

 Estiré la mano sobre la mesa de luz para alcanzar mis anteojos.

Entre la penumbra se filtraba un rayo de sol.

No sabia la hora, no me importaba, de todas formas, desayunaría.

Siempre empiezo el día con un desayuno.

Abrí las cortinas y me encegueció el sol.

Me puse las pantuflas, el piso estaba frio. 

Mi gata interceptó mi camino y casi tropiezo con ella, 

La salude con el miau miau que le digo siempre.

No me contestó. Estaba ofendida.

Salí al patio, las plantas sonreían.  Pasó una mariposa.

En las enredaderas zumbaban las abejas o avispas, no sé,

Nunca supe distinguirlas.

Me quedé quieta escuchando el murmullo de la vida.

El silbato de la pava me llegó lejano.

Sentí alegría, un nuevo día, a estrenar, me estaba esperando.

¡Y allá fui, a vivirlo!

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra


FUI AL RIO

Extenuante caminata fue aquella. 

Tenia sed, cansancio, ganas de llegar.

El sol taladraba mi sombrero.

El paisaje vibraba ante mis ojos húmedos de sudor.

Entre los árboles escuché el chapoteo del río.

Faltaba poco para verlo, unos pasos más.

Apresuré la marcha y me sorprendió en el recodo del camino.

¡Ahí estaba tan deliciosamente fresco!

Arrojé mis zapatillas al aire, me liberé de la mochila

Y corrí a su encuentro como una enamorada que ve a su hombre

 que volvió de la guerra.

No era muy profundo y en su fondo había piedras, 

El agua transparente dejaba ver mis pies atormentados.

No había nadie cerca. Me recosté en la orilla, bajo un árbol.

Y me quede quieta, inmóvil, extasiada. 

Con el agua hasta el cuello. 

Con el río en mis venas.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

LOS BICHITOS DE LUZ

¿Se acuerdan ustedes de los bichitos de luz o luciérnagas que abundaban en los jardines? Desde hace unos días me estoy acordando de ellos y no los veo más.

Cuando éramos chicos, todos, en la cuadra salíamos a buscarlos en el atardecer. Entonces, no había peligro y  podíamos quedarnos afuera jugando en las veredas hasta la hora de la cena mientras nuestras madres, sentadas en el fresco, no nos perdían de vista.

Los hombres también salían a la vereda para conversar  de la política o el fútbol. En el barrio parecíamos una gran familia.

Los bichitos de luz parecía que jugaban con nosotros a las escondidas entre los árboles y las flores y nosotros nos ensañábamos persiguiéndolos.

¡Pobrecitos! algunos los metían dentro de frascos de mermelada con tapa y nosotras nos armábamos anillos, brazaletes y toda clase de bijouterie con la parte encendida de esos indefensos  animalitos.  A mí me gustaba ponérmelos de diadema entre los cabellos lacios y más de una vez me iba a dormir con ellos latiendo al compás de mi sien.

Lo más extraordinario era que aun después de arrancarles ese pedazo luminoso seguía encendido durante horas.

Hoy recorrí el jardín de arriba a abajo, salí, a la calle, miré en las casas de los vecinos y no había ninguno. ¿Se habrán exterminado? ¿Dónde se llevaron su luz? seguro que lejos de nuestras manos ávidas y dañinas que sin querer con la inconsciencia propia de nuestra ignorancia los matábamos.

En nombre todos aquellos que sacrifiqué en mi infancia y los que se perdieron para siempre hoy les hago este homenaje.

Copyright ©2014 Nelida Liliana Vieyra


sábado, 29 de agosto de 2020

MI HERMANO Y YO SEPARADOS POR MUCHO MAS QUE 600 KILÓMETROS


 A raíz de la salud de mi madre y de sus continuas internaciones en el hospital fuimos separados mi hermano y yo cuando teníamos 3 y 10 años respectivamente. Yo tuve la suerte de quedarme en Buenos Aires con mi tía Rosalba, pero con él fue diferente y no había nadie que se pudiera hacer cargo aquí.   

El único que aceptó tenerlo fue un tío llamado Oscar que vivía en Santa Lucía provincia de Corrientes y que era el primo de mi mamá. Esto es a más de 600 kilómetros de Buenos Aires. Casi ni recuerdo el día de su partida, pero recuerdo la tristeza de los días después. Así perdí la protección y el cariño cercano de ese hermano a quien luego vería solamente en las vacaciones de verano y por unos pocos días.

 Su vida fue durísima porque este tío se aprovechó de él haciéndolo trabajar desde chiquito en las tareas del campo. Muchas veces lo maltrataba y le imponía castigos que eran habituales entonces como arrodillarse sobre granos de maíz y recibir alguno que otro chicotazo. Esto curtió su carácter y su físico ya que se hizo diestro en las faenas del campo, aprendió a nadar, a cabalgar y era muy buen jinete.

Una vez por año, generalmente después de las fiestas de navidad mi tía Rosalba se iba de vacaciones a su terruño, la provincia de Corrientes que tanto amaba. Los días previos era ir de compras para llevar regalos para todos los parientes y luego subirse a un tren que tardaba un día y un poco más en llegar a destino.

Viajábamos en camarote, para poder dormir cómodamente durante el viaje, y por más que yo insistiera no me dejaba dormir en la litera de arriba porque tenía miedo de que en un vaivén del tren me pudiera caer. ¡Me encantaba estar en ese aposento lleno de bronces brillantes y madera barnizada! Traía adosado a la pared una piletita pequeña para lavarse las manos que obviamente yo usaba con frecuencia. Luego comíamos en el salón comedor. Un vagón restaurant muy coqueto que también tenía sus detalles de lujo. Vidrios esmerilados en las ventanillas, cortinas, boiserie, bronces relucientes, como en las novelas.

El tren pasaba por la estación General Sarmiento, enfrente de la actual estación San Miguel y ahí lo tomábamos por comodidad. La estación estaba siempre llena de gente, algunos se mudaban y otros llevaban cajas y cajones hasta con gallinas, otros con la guitarra en la mano anunciaban que el viaje iba a ser alegre y divertido.

 Durante las primeras estaciones yo me dedicaba a inspeccionar el camarote, a descubrir diferencias y similitudes entre este y el de viajes anteriores. Escribía en un cuaderno los nombres de las estaciones y hacia dibujos de las cosas que me llamaban la atención. Al llegar al río, en Zarate teníamos que trasbordar a un ferry, que si teníamos suerte estaba en la costa. A veces esto no ocurría y debíamos esperar que volviera de la otra orilla. Entonces empezaba lo más lindo del viaje.  Acomodaban en el ferry a los vagones y a los autos para hacer el trasbordo y durante el tiempo que esto tardaba se armaban grupos de paisanos que tocaban la guitarra, cantaban y bailaban hermosos chamamés salpicados por algunos sapucais.

Sólo a veces, mi tía aceptaba ir a cubierta para ver el espectáculo que a mí tanto me encantaba.

Al atardecer llegábamos a Concordia donde me esperaban en la estación mi tía Adelaida (hermana de papá) y sus hijos para saludarnos. Entonces intercambiábamos regalos, y ellos subían al tren o a veces nosotros bajábamos para darnos los abrazos y cariños correspondientes. Todos queríamos hablar al mismo tiempo y contarnos cosas. Hasta que el silbato del tren nos sobresaltaba y se bajaban apurados o nosotros subíamos desesperadas mientras el tren arrancaba y ellos no eran más que un puntito diciendo adiós con las manos, en el andén.

Luego de la cena y tipo doce o una de la noche llegábamos a Curuzú Cuatiá donde estaba mi abuela Joaquina, mi tía Elena y sus hijos esperándonos para repetir el mismo ritual ya descrito. Ellas eran la madre y hermana de mi padre. Muchas veces yo ya estaba dormida, pero me despertaban para que salude a los parientes y vea a los primos que conocía sólo de pasada. También ahí intercambiábamos regalos y me daban alguna golosina para que amenizara el viaje.

Al otro día a media mañana llegábamos a la estación Mantilla donde descendíamos y esperábamos   otro tren hasta Santa Lucía pueblito donde al fin finalizaba el viaje. Este era un tren con menos vagones, más moderno de diésel.

El calor era insoportable y no sé por qué en esa época del año a los costados de las vías se quemaban los pastizales que al volar se adherían en la piel dejando un carboncillo negro y grasoso. Cansadas, a pesar del confort del camarote, ansiosas por llegar bajábamos del tren buscando con la mirada el rostro familiar de quien nos iba a esperar. Mi tía sacaba su sombrilla adornada con puntillas para no quemarse la piel con el sol y a mí me colocaba una capelina con flores. Un changarín nos seguía por el andén con nuestros bártulos y luego de subirlos al coche o al sulky que nos venía a buscar, se iba con las manos llenas de la generosa propina de mi tía.

Entonces el pueblo era un gran arenal, ubicado a orillas del río Santa Lucía, con casas coloniales, algunos negocios típicos y una iglesia histórica que habían hecho los jesuitas y que tenía un sagrario de oro tallado por los aborígenes. En el pueblo vivían muchos familiares así que cada día visitábamos una casa distinta. Nos invitaban a cenar o almorzar y allá íbamos a reencontrarnos con los sabores y los aromas únicos de su gastronomía.

Otro día íbamos al campo de mi tío Oscar y ahí recién podía encontrarme con mi hermano quien estaba cada vez más grande y fornido. Llorábamos abrazados, nos contábamos nuestros secretos, el me preguntaba cuando lo irían a buscar de ese lugar que se le hacía insoportable y yo no tenía respuestas para darle. Mi madre seguía casi siempre internada, mi padre no daba abasto con todos los problemas. ¡Con cada despedida se nos partía el alma y llorábamos mientras nos decíamos adiós hasta el año próximo! Con suerte lo veía algunas veces más durante la estadía. Ahora pienso que mi tío evitaba que estuviéramos mucho en contacto para que no escuchemos del maltrato que le daba. Siempre estaba atento a nuestras conversaciones y visitas.

Antes de regresar íbamos a  la ciudad de Goya donde estaban los negocios más importantes y mi tía me compraba todo lo necesario para el comienzo de clases desde los útiles escolares hasta la ropa y zapatos. Mas cargadas que al inicio del viaje partíamos de nuevo hacia Buenos Aires. En el camino otra vez nos esperaban los parientes para decirnos adiós al pasar el tren y el viaje concluía con el comienzo escolar.



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viernes, 28 de agosto de 2020

ALLÁ POR LOS AÑOS 60


 

Como ya dije me mudé al barrio a los 3 años y medio. Todo era como un gran campo con algunas casas que empezaban a construirse, mucha vegetación y calles y avenidas de tierra. No había electricidad y nos alumbrábamos con velas, lámparas, faroles a kerosén llamados sol de noche y más tarde con faroles a gas de garrafa que daban una luz más blanca y brillante.

Encender el farol era todo un ritual, primero había que humedecer la mecha con alcohol, encender un fósforo y después de un pequeño ruido tipo explosión la camisa de seda del farol empezaba a encenderse. Las luces se volvían de todos los colores, como un arco iris; hasta que se iban haciendo más blancas o amarillentas y finalmente la luz llegaba a su máximo esplendor.

Me imagino que dormíamos temprano; para economizar energía, se aprovechaba la luz del día.

A unas 3 o 4 cuadras de mi casa había un pequeño tambo donde íbamos a comprar la leche recién ordeñada, tibiecita, con toda su crema; la colocábamos en botellas de vidrio que teníamos para tal fin.

Para comprar la leche había que levantarse temprano, y cuando venía Tito mi primo de Avellaneda, íbamos juntos rompiendo escarchas en el camino. Parecían gruesos trozos de vidrio dormidos en la zanja, con un palo o una piedra los hacíamos trizas.

En donde estaba ubicado el tambo ahora hay una usina de electricidad.

Una vez por semana venían los vendedores en carros, en bicicleta o a pie. El querosenero tenía un camión pintado de rojo donde transportaba el combustible. Era un elemento vital entonces. Pasaba el sodero con su chata llena de sifones, el mimbrero en un carro repleto de sillas, cestos, y todo lo imaginable colgando y tambaleándose por entre los pozos del camino. Casi todas las cosas se compraban en el domicilio. Había unos almacenes en el barrio para la compra diaria de pan, fideos, arroz, azúcar que entonces se vendía sueltos y al peso.

Y también existía algo que desapareció con el tiempo: la yapa. Cada vez que iba a comprar me daban la yapa, que bien eran unos caramelos de regalo o un extra en el peso de la compra, un plus de galletitas o una moneda para los caramelos que el mismo comerciante daba a modo de regalo y publicidad.

A veces comprábamos en un almacén propiedad de un gallego que tenía una hija de mi edad y que luego fue mi compañera de escuela. Muchas veces yo iba a cantarle o bailarle flamenco, de cara dura que era, para que este señor ya entrado en años me diera alguna golosina. Tuve siempre mi veta artística a flor de piel y mucho caradurismo y espontaneidad.

Los productos se envolvían en un papel blanco que luego mi mamá usaba para escurrir las milanesas u otras frituras.

Mi papá era obrero metalúrgico y trabajaba más de 8 horas por día. Llegaba a casa y luego de descansar un ratito, y en los fines de semana, cultivaba una quinta con tomates, lechugas, habas, acelgas, y toda clase de vegetales para el consumo familiar. Todas las tardes tenía que sacarles la maleza, regarlas, ponerle cañas a los tomates para que se enderecen y yo andaba detrás de él sintiendo ese olor a hojas mojadas luego del riego o saboreando el dulce jugo de la fruta recién arrancada.

 El riego se hacía con baldes o regaderas, a mí me regalaron una pequeñita de cinc para que pueda ayudar. El agua se extraía de una bomba manual. Teníamos varios árboles frutales, el lote era grande y adelante mi mamá tenía un hermoso jardín que era su orgullo. No nos faltaban los limoneros, las higueras que daban unos higos blancos, grandotes deliciosos que yo no me cansaba de comer y comer. Naranjas y hasta en una época tuvimos uvas que nos daba un parral despatarrado.

Había un gallinero que con el material que podíamos íbamos construyendo sobre la marcha.

Al último mi papá les hizo una especie de piecita de material y piso de cemento para que estén más cómodas.

Yo era la encargada de sacar los huevos hasta que un gallo colorado y malvado me atacó. Caí en el suelo en el intento de escapar y entonces   el gallo se subió sobre mí y me dio un par de picotazos sobre la cabeza. Lloré como una Magdalena y el pobre terminó en la olla por sublevado.

Me parece verla a mi mamá al atardecer recolectando zapallitos troncos o acelgas o lo que necesitara para preparar la cena. Hasta los condimentos como el orégano, perejil, laurel, eran tomados de la misma fuente natural que nos proveía la madre tierra. y claro que esos guisos y esas comidas tenían un gusto especialísimo que no he vuelto a probar nunca más.

Lástima que no tengo fotos de esa época. Casi nadie tenía cámara de fotos como ahora, y para las grandes ocasiones se contrataba a un fotógrafo que venía con toda su parsimonia a dejarnos con la sonrisa congelada para toda la posteridad.

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jueves, 27 de agosto de 2020

MI PRIMO JOSÉ


A una cuadra y media de casa vivía mi tío Ramón y mi tía Eva. Él era el primo hermano de mi mamá; había sido de la Armada y por un accidente quedó con dificultades para caminar y le dieron la baja y una pensión. Además, era armero, mecánico de maquinas de coser y todo lo que uno pueda imaginarse. Le gustaba leer sobre Alquimia y temas esotéricos. Tenían dos hijos, Enrique y José que iban conmigo al colegio. Ellos muchas veces pasaban a buscarme y juntos nos íbamos caminado rumbo a la escuela numero 29 Dr. Guillermo Rawson de Barrio Las Acacias que quedaba a unas 9 cuadras. Entonces todo era campo, charcos de agua profunda cuando llovía y camino de tierra. 
Mi compinche era José que era más de mi edad y con él jugábamos casi todas las tardes algunas veces en su casa y otras en la mía. 
Mi casa tenía gran cantidad de árboles, frutales, y de todo tipo parecía un bosque y esa era nuestra zona de juegos y aventuras. 
José quería aprender a tocar la guitarra y su papá que sabía manejar la hojalatería le hizo una de zinc con cuerdas verdaderas y totalmente soldada que sonaba muy bien. Era igual a una guitarra de madera y con ese instrumento comenzó a aprender de oído los primeros acordes.
Con José trepábamos a los árboles y jugábamos a ver quién subía más alto.  También tenia en casa una hamaca de asientos y jugábamos en ella imaginando que la hamaca era un tren y otras veces un barco y el era el capitán. 
Éramos inseparables venia a casa a hacer las tareas, reíamos y cantábamos juntos imaginando estar en un gran escenario.
 Con el tiempo su habilidad con la guitarra lo llevó a tocar en importantes grupos de chamamés y llegó a tener una destreza increíble con sus punteos y contrapuntos. 
Y su sueño se cumplió, logró estar en escenarios importantes como el de Cosquín. 
Lamentablemente este año falleció a principios de la pandemia y no pude ir a darle el último adiós. Siempre conservó su sonrisa inocente y su hombría de bien. Donde estés José Ramírez te mando un abrazo, el día menos pensado nos reencontraremos.

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miércoles, 26 de agosto de 2020

PRIMER GRADO





Llegué a primer grado con la alegría y el entusiasmo de todo niño, me decían en casa que era el lugar donde iba a aprender cosas maravillosas, que tendría nuevos amigos y que la pasaría genial porque me resultaría fácil lo que me enseñaran ya que lo sabía.
Pero no fue así. Desde el principio comenzaron los problemas, por suerte por entonces habían dividido las clases en tres turnos y solo tenía que ir unas 3 horas. Las tareas que me daban me parecían estúpidas y por más que le dijese a la maestra que yo sabía leer y escribir me hacía hacer círculos y palotes en el cuaderno. Obvio que terminaba enseguida y al ver que a algunos les costaba mucho yo acudía en su ayuda. Pero  mi actitud solidaria afectaba los nervios de la maestra quien me retaba a cada rato. El primer día de clases, si como lo leen: el primer día de clases fui llevada a la dirección por mala conducta.
A decir verdad, no sabía bien por qué me enviaban ahí. Tampoco entendía el enojo de la señorita y sus gritos y zamarreo. Le explicaba a alguien que yo era el diablo mismo y que me paraba sin permisos, que conversaba con mis compañeros y les escribía el cuaderno queriendo ayudarlos en la tarea. Y ahí quedé en la puerta de dirección parada contra la pared sin saber que grave delito había cometido esperando con angustia la llegada de mi padre que iría por mi ese día.
Lo vi cerca del alambrado de la escuela, en la vereda a la hora de la salida, tenia puesta unas botas para la lluvia y su conjunto de pantalón y camisa Ombú de obrero, había llegado de trabajar y fue a buscarme. Al verlo me deshice en lágrimas, lloré con rabia, con impotencia, pensé que mi padre me iba a reprender, pero no, tampoco sabia las leyes del colegio y creo que no se dio cuenta que yo estaba en penitencia. Así que salí y me agarré fuerte de su mano y nos fuimos conversando de otras cosas.
Las primeras semanas los hechos se repitieron iba a dirección en penitencia casi todos los días. Una vez entré en la oficina y estaba la secretaria, una señorita de voz dulce que al verme tan pequeña vino a conversar conmigo preguntándome que cosa horrible había hecho para merecer semejante castigo. Yo le conté que ayudaba a mis compañeros con la tarea, que mi propósito era colaborar y que yo sabía leer y escribir y me aburría hacer círculos y palotes.
Ella sonrió más pensando que yo bromeaba, - ¿sabes leer y escribir? me dijo.
Si, yo leo libros dije seria y segura.
La secretaria me miraba atónita como si le dijera algo que no podía entender. Entró en la oficina, buscó algo y volvió con un libro en la mano. Me lo extendió y me pidió que leyera.
Orgullosa de mi talento tomé el libro, abrí la página y comencé a leer de corrido un cuento que hablaba de un oso que se perdía en el bosque.
La secretaria llamó a la directora y otra vez tuve que leer para ella. Entonces hicimos un trato entre la directora, la secretaria y yo: cada vez que me aburría debía pedir permiso a la maestra para ir a la biblioteca y ellos me darían un libro y yo me quedaría leyendo hasta que los demás terminasen sus tareas.
Al llegar a casa conté lo sucedido y ahí supieron que me lo pasaba en dirección casi todos los días así que al otro día me acompañaron mi mamá y mi papá y luego de hablar con la directora de la escuela me cambiaron de grado, con otra maestra, la señorita Gloria. Era tan buena que le puse su nombre a mi muñeca preferida. 
Y entonces gracias a la señorita Gloria Amalia Padín pudo gustarme  la escuela y disfrutarla.

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LA LECTURA Y YO

 



Adquirir la escritura y la lectura a temprana edad me llevaron por un camino de conocimientos e inquietudes que me permitieron ser una “Marisabidilla” como me decían en casa. Tenía por entonces una muy buena memoria y me apropiaba de lo que leía. 

Mi tía Rosalba, era quien me cuidaba y me llevaba a vivir con ella cada vez que mi mamá estaba hospitalizada. Tendría unos treinta y pico de años y era una señora coqueta y arreglada que había trabajado en las famosas tiendas Gath & Chaves de Buenos Aires. Su marido era francés y era una enciclopedia viviente. ¡No había nada que no supiera! Yo lo taladraba a preguntas y él con su paciencia infinita me respondía. Trabajaba en Gas del Estado y usaba siempre traje y corbata, tenia ojos azules y en muchas cosas era como un chico.

Pienso que mi interés por aprender la lengua francesa proviene de alguna manera de mi tío Jean Charles, Juan Carlos,ya que me encantaba escucharlo hablar con ese acento nasal típico de ese idioma.

Bueno estaba diciendo que muchas veces, por largas temporadas, ¡a veces más largas de lo que yo quisiera me quedaba con este matrimonio sin hijos que había hallado en mi un buen sustituto y a quien yo quería tanto!

Con el diario del domingo venia un suplemento infantil que traía entretenimientos, dibujos para pintar, historietas y algunas actividades escolares que hacían más llevadera mi estadía. También me compraban libros infantiles, lo que hacia que mi mundo conocido se ampliara más y más, por eso al entrar al colegio, no era una niña inexperta sino alguien que ya traía un bagaje de habilidades que en vez de alegrarme la vida me hicieron padecer.

En casa me compraban semanalmente la revista Billiken que luego fue reemplazada por Anteojito, también leía las historietas de Patoruzú, Isidorito, La pequeña Lulú, Tribilin, Pato Donalds y más tarde cuando crecí, fueron el álbum del Tony, D'artagnan, los libros de Corin Tellado, la revista Vosotras que leíamos con mi madre. Los libros de Poldy Bird y todo cuanto cayese en mis manos. Ah no me quiero olvidar una revista buenísima de editorial Codex que se llamaba Selecciones Escolares y que era maravillosa, también de esa editorial leía y coleccionaba Fabulandia que traía todos los cuentos famosos de los hermanos Grimm y los libros clásicos de la literatura infantil, ¡las fabulas de Esopo y Samaniego con unas ilustraciones increíbles!

Leer me dio un fluido vocabulario, y herramientas para mejorar la escritura y crecer interiormente. 

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martes, 25 de agosto de 2020

GANADORA FOR EVER!


Muchas veces comencé una autobiografía y por lo general me voy por las ramas y no puedo hacer una línea de tiempo con los sucesos que me ocurrieron a lo largo de mi historia. 

De mis primeros años sólo recuerdo lo que me contaban mis padres, como por ejemplo que a los dos años gané un concurso de poesía recitando algo breve sobre el general San Martin y el premio fue un lote en la zona de Necochea. Durante años estuvo esa historia de mi suerte y mi premio dando vueltas por ahí hasta que luego de un largo tiempo cuando ya tendría unos 18 o 20 años busqué los papeles que acreditaban su propiedad y aprovechando que un tío viajaría a ese lugar le entregue los datos para que averigüe. A su regreso supimos que el lote estaba a nombre de mis padres porque como yo era menor cuando lo gané no podían ponerlo al mío. Nunca se pagaron los impuestos y el municipio lo había tomado por falta de pago y así fue como lo perdimos. Estaba ubicado a unas cuatro cuadras del mar y hubiera sido muy bueno si lo hubiéramos podido conservar. 

Lo que pasó es que mi papá era un obrero que muchas veces fue desocupado, y debido a problemas de salud de mi madre nuestra economía fue siempre inestable y azarosa. Nunca nos faltó un plato de comida en la mesa, pero seguramente no tendríamos el dinero suficiente para hacernos cargo de los gastos de ese lote. 

Como fui favorecida desde tan temprana edad por ese premio, sigo diciendo que soy una mujer afortunada y la vida me dio la razón muchas veces, por eso creo que tengo esa loca, loca suerte. 

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AQUELLA VIEJA CAJA FLOREADA


En casa teníamos un par de muebles muy viejos que habían venido de España y que eran de mi bisabuelo: una alacena o despensa con alambre mosquitero en las puertas de arriba, una mesa de madera con un gran cajón que aun hoy la tenemos y un baúl que regalé hace años a no sé quién. 

Esa despensa como le decía mi madre era una especie de aparador donde se guardaban los platos, los utensilios de la cocina y en los estantes superiores cosas frágiles o importantes que mis ávidas manos no pudieran alcanzar.  

Entre ellas había una caja forrada con gastado papel floreado que me intrigaba y no me dejaba dormir. Si le preguntaba a mi madre ella me respondía todavía no es el momento para que sepas lo que hay adentro; lo que aumentaba más mi curiosidad. 

Un día de lluvia, aburrida seguramente mi madre, abrió la alacena, metió la mano en el estante superior y sacó la cajita de mis sueños. 

Mis ojos abiertos por el asombro querían acaparar con la mirada el esperado momento de su abertura. Pero mamá no la abría, antes trajo unos papeles, y me explicó que lo que me iba a enseñar debía usarse con mucha precaución, sin apuro y con prolijidad. Y me dijo que me daba eso porque veía que ya estaba grande y que podría utilizarlo con cuidado. 

Yo decía que si, a todo. Y no veía las horas de ver salir semejante prodigio. Abrió la caja y dentro había un pequeño frasquito de tapa de baquelita negra que depositó sobre la mesa, luego sacó un trozo de papel de diario amarillento que envolvía otra cosa, al ir desenroscando el papel descubrí que era una pluma de tinta. 

Desenroscó la tapa, metió la pluma adentro del tintero, escurrió el líquido azul y comenzó a trazar letras y números en el papel. ¡¡Era algo increíble!! 

Luego volvió a mojar la pluma, la escurrió y me la pasó a mí. Con la mano temblorosa por la emoción comencé a hacer los primeros palotes. De vez en cuando un manchón de tinta dejaba su marca sobre la hoja.  Mamá me enseñó a usar el papel secante o la tiza para secar luego de escribir, a sacudir la pluma dentro del tintero para escurrir bien y que no se produzcan gotas. Y así cada tarde durante media hora más o menos, ella me enseñaba las letras, los números. 

Muchas veces, bajo su supervisión me subía a una silla para alcanzar la caja y llenaba una tras otras las carillas de papel. 

A los 5 años ya leía y escribía de corrido, conocía los números, las sumas y restas. 

Cuando llegué a primer grado, la maestra se encontró con un gran problema, yo me aburría grandemente y ella no sabía que hacer conmigo porque terminaba mis tareas rápidamente y me ponía a charlar o a ayudar a mis compañeros rezagados. Por este motivo visitaba seguido la dirección y decían que era una niña inquieta y revoltosa, cuando en realidad era solo una incomprendida. 

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lunes, 24 de agosto de 2020

LOCA, LOCA SUERTE.

 Lo primero que te preguntan cuando vas a crear un blog es el nombre o título que le vas a poner.  Tengo otros donde me resultó fácil la elección ya que se referían a otras actividades que realizo, pero para un blog personal la cosa cambia.


Ya se que siempre se caen en los lugares comunes y como voy a encarar esto como un relato de vivencias propias si me pongo a reflexionar y mirar hacia atrás  he tenido siempre una loca, loca suerte que me hizo vivir cosas impredecibles e insólitas.


Aclarado este punto, no puedo dejarlos  sin antes decir que la suerte  es en realidad  un sinnúmero de bendiciones que agradezco cotidianamente.


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RACCONTO PRIMEROS AÑOS

 Mucha gente tiene vidas monótonas, lisas, poco atractivas. La mía, por el contrario se distinguió siempre por los sucesos extraordinarios que me atreví a vivir. Fui saltando de sorpresa en sorpresa, de aventura en aventura como en una montaña rusa. Nada fue para siempre, nada duró demasiado, todo lo viví con intensidad, entregada en el intento, con alegría e inocencia.  Pero, por ahora empecemos por el principio. 
Luego de innumerables intentos fallidos , mi madre logró embarazarse de mí. Fue un embarazo de riesgo, con muchos cuidados y precauciones. Pero yo era obstinada y quería conocer este planeta nuevo y maravilloso que promocionaban las agencias de turismo. Así que nací pese a todo un 28 de julio de 1956. ¡SI!! ¡Hace muchísimo tiempo! Pero al nacer tuve complicaciones y el médico dijo a mi madre: - que lástima tanto esfuerzo y la criatura no podrá sobrevivir!-  
Mi mamá desesperada pide el favor de la Virgen de Lourdes y hace la promesa que si me salvo, me irá a bautizar en su iglesia y me pondrá bajo su tutela por siempre. De más está decir que la Virgen acudió en nuestro auxilio y luego de casi dos meses en incubadora y luchando por mi vida, salí del hospital, fui llevada a la Iglesia de Lourdes en Santos Lugares y fui bautizada. 
Se que durante mis primeros meses de vida falleció el padre de mi mamá Damián Dolores Ramírez, y que yo era muy pequeñita e inquieta, todo lo quería ver, miraba con ojos asombrados este regalo maravilloso que es la vida. 
A los cuatro años nos mudamos de Villa Ballester a San Miguel, en el mismo lugar donde vivo actualmente, aunque ahora pertenece a José C. Paz debido a una nueva división política que realizara durante el gobierno de Menen, Duhalde.
Era un barrio que se estaba formando, un loteo de aquellos años, para gente obrera como mi padre, que soñaba con una casa propia. Tenía una pequeña casita de material, con un gran terreno, lleno de árboles, una quintita que mi padre cultivaba al regresar de su trabajo, y un gallinero. En algunas oportunidades había patos, cigüeñas, garzas y otras aves típicas de la laguna que estaba a unas cuadras de casa y que luego fue entubada y llevaba detrás de los campos de Fuerza Aérea. Hoy desapareció. 
Mi primera amiguita del barrio fue Ely hija de bolivianos, su padre Don Félix trabajaba en la metalurgia como mi papá y su mamá Doña Nora se hizo amiga de mi madre. Ella tenía un almacén donde comprábamos. Con el tiempo Ely y yo fuimos como hermanas.  
También estaban las hijas de Don Sanabria, Mary y Beatriz, pero yo jugaba más con Mary.  
Carlitos Rojas, que casi vivía en casa, cuyos padres también eran muy amigos nuestros, mi papá y su papá trabajaban juntos en la misma fábrica, y ellos habían comprado un lote a una cuadra de casa. Su mamá,  doña Celestina que venía siempre  a visitarnos y al final era como de la familia.  
Tuve una niñez prolongada, jugué, tuve amigos, compinches fieles y supimos reír, imaginar, soñar, crear un mundo donde éramos los protagonistas, donde existíamos y nos convertíamos en magos, bailarines, estrellas de rock, payasos. 
¡Oh aquellos fogones en la vereda! ¡Contando historias, inventadas, o escuchadas quien sabe dónde! Ahí desarrollé mi capacidad histriónica, metamorfoseaba mi voz, mi apariencia y atrapaba a la audiencia. Mi imaginación creaba personajes, cuentos, juegos, canciones... Hacíamos carreras, desde casa hasta la esquina, con un solo pie, saltando como un gorrión, o juntos tomados de las manos en parejas, o espalda con espalda, donde caíamos unos sobre otros riendo a más no poder. 
En vano las madres llamaban anunciando la cena, el entusiasmo de estar juntos era más poderoso. A las cansadas, rezongando nos despedíamos esperando el reencuentro al día siguiente.  
En esa época las estrellas estaban en el cielo para que busquemos las Tres Marías, el Sillón de San José, el Lucero, la Cruz del Sur. ¡La luna nos fascinaba tan blanca, tan luminosa, observándonos desde tan lejos! Y nos parecía ver en su superficie la Virgen María con el burrito y San José llevando al Niño Jesús. 
Nos gustaban los charcos repletos de ranas que croaban durante toda la noche incansablemente. Los renacuajos, que algunos juntaban en una lata oxidada de tomates sucumbían luego, en el agua oscura, olvidados, en un  lugar del patio. 
Entonces, los árboles no eran árboles nada más. Eran el desafío a ver quién subía más arriba, quien trepaba más alto y se colgaba sujetándose con las piernas mientras la cabeza pendía de los hombros y nos hacia ver el mundo del revés. Éramos un poco trapecistas, saltimbanquis, equilibristas, por eso nos enloquecíamos cuando el circo venia al barrio. 
¿Y qué decir de las flores? Con ellas armábamos collares ensartando una dentro de la otra;  nos trenzábamos el cabello aplicándolas como adornos perfumados y multicolores. 
Las mariposas nos hacían correr y agazapar como felinos para poder atraparlas, al final las dejábamos partir, pero nos quedaba el suave polvo brillante de sus alas entre los dedos, como un obsequio. 
Como pueden ver había temporadas de ranas, de mariposas, de colibríes, de luciérnagas y de mosquitos.  
El tiempo transcurría sin televisión, sin teléfonos, en contacto con la naturaleza. Las estaciones nos marcaban el ritmo y un día sin saber por qué comenzaba la época de los barriletes y todos enloquecíamos buscando cañas, hilos y papeles de colores. En otra época juntábamos figuritas: los chicos de jugadores de futbol y nosotras las de hadas y princesas con brillitos.
Y así, casi sin darme cuenta, llegué a la fiesta de fin de año de la escuela y junto con el diploma de séptimo grado se cerraba las puertas de la infancia porque me esperaba la escuela secundaria y viajar sola a San Miguel y hacer nuevos amigos, pero eso les contaré en otro momento.

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LA CASA DE TIA LOLA

A una cuadra de la plaza principal y a media cuadra de la iglesia, estaba la casa de tía Lola. Se entraba por una puerta de madera labrada e...