sábado, 29 de agosto de 2020

MI HERMANO Y YO SEPARADOS POR MUCHO MAS QUE 600 KILÓMETROS


 A raíz de la salud de mi madre y de sus continuas internaciones en el hospital fuimos separados mi hermano y yo cuando teníamos 3 y 10 años respectivamente. Yo tuve la suerte de quedarme en Buenos Aires con mi tía Rosalba, pero con él fue diferente y no había nadie que se pudiera hacer cargo aquí.   

El único que aceptó tenerlo fue un tío llamado Oscar que vivía en Santa Lucía provincia de Corrientes y que era el primo de mi mamá. Esto es a más de 600 kilómetros de Buenos Aires. Casi ni recuerdo el día de su partida, pero recuerdo la tristeza de los días después. Así perdí la protección y el cariño cercano de ese hermano a quien luego vería solamente en las vacaciones de verano y por unos pocos días.

 Su vida fue durísima porque este tío se aprovechó de él haciéndolo trabajar desde chiquito en las tareas del campo. Muchas veces lo maltrataba y le imponía castigos que eran habituales entonces como arrodillarse sobre granos de maíz y recibir alguno que otro chicotazo. Esto curtió su carácter y su físico ya que se hizo diestro en las faenas del campo, aprendió a nadar, a cabalgar y era muy buen jinete.

Una vez por año, generalmente después de las fiestas de navidad mi tía Rosalba se iba de vacaciones a su terruño, la provincia de Corrientes que tanto amaba. Los días previos era ir de compras para llevar regalos para todos los parientes y luego subirse a un tren que tardaba un día y un poco más en llegar a destino.

Viajábamos en camarote, para poder dormir cómodamente durante el viaje, y por más que yo insistiera no me dejaba dormir en la litera de arriba porque tenía miedo de que en un vaivén del tren me pudiera caer. ¡Me encantaba estar en ese aposento lleno de bronces brillantes y madera barnizada! Traía adosado a la pared una piletita pequeña para lavarse las manos que obviamente yo usaba con frecuencia. Luego comíamos en el salón comedor. Un vagón restaurant muy coqueto que también tenía sus detalles de lujo. Vidrios esmerilados en las ventanillas, cortinas, boiserie, bronces relucientes, como en las novelas.

El tren pasaba por la estación General Sarmiento, enfrente de la actual estación San Miguel y ahí lo tomábamos por comodidad. La estación estaba siempre llena de gente, algunos se mudaban y otros llevaban cajas y cajones hasta con gallinas, otros con la guitarra en la mano anunciaban que el viaje iba a ser alegre y divertido.

 Durante las primeras estaciones yo me dedicaba a inspeccionar el camarote, a descubrir diferencias y similitudes entre este y el de viajes anteriores. Escribía en un cuaderno los nombres de las estaciones y hacia dibujos de las cosas que me llamaban la atención. Al llegar al río, en Zarate teníamos que trasbordar a un ferry, que si teníamos suerte estaba en la costa. A veces esto no ocurría y debíamos esperar que volviera de la otra orilla. Entonces empezaba lo más lindo del viaje.  Acomodaban en el ferry a los vagones y a los autos para hacer el trasbordo y durante el tiempo que esto tardaba se armaban grupos de paisanos que tocaban la guitarra, cantaban y bailaban hermosos chamamés salpicados por algunos sapucais.

Sólo a veces, mi tía aceptaba ir a cubierta para ver el espectáculo que a mí tanto me encantaba.

Al atardecer llegábamos a Concordia donde me esperaban en la estación mi tía Adelaida (hermana de papá) y sus hijos para saludarnos. Entonces intercambiábamos regalos, y ellos subían al tren o a veces nosotros bajábamos para darnos los abrazos y cariños correspondientes. Todos queríamos hablar al mismo tiempo y contarnos cosas. Hasta que el silbato del tren nos sobresaltaba y se bajaban apurados o nosotros subíamos desesperadas mientras el tren arrancaba y ellos no eran más que un puntito diciendo adiós con las manos, en el andén.

Luego de la cena y tipo doce o una de la noche llegábamos a Curuzú Cuatiá donde estaba mi abuela Joaquina, mi tía Elena y sus hijos esperándonos para repetir el mismo ritual ya descrito. Ellas eran la madre y hermana de mi padre. Muchas veces yo ya estaba dormida, pero me despertaban para que salude a los parientes y vea a los primos que conocía sólo de pasada. También ahí intercambiábamos regalos y me daban alguna golosina para que amenizara el viaje.

Al otro día a media mañana llegábamos a la estación Mantilla donde descendíamos y esperábamos   otro tren hasta Santa Lucía pueblito donde al fin finalizaba el viaje. Este era un tren con menos vagones, más moderno de diésel.

El calor era insoportable y no sé por qué en esa época del año a los costados de las vías se quemaban los pastizales que al volar se adherían en la piel dejando un carboncillo negro y grasoso. Cansadas, a pesar del confort del camarote, ansiosas por llegar bajábamos del tren buscando con la mirada el rostro familiar de quien nos iba a esperar. Mi tía sacaba su sombrilla adornada con puntillas para no quemarse la piel con el sol y a mí me colocaba una capelina con flores. Un changarín nos seguía por el andén con nuestros bártulos y luego de subirlos al coche o al sulky que nos venía a buscar, se iba con las manos llenas de la generosa propina de mi tía.

Entonces el pueblo era un gran arenal, ubicado a orillas del río Santa Lucía, con casas coloniales, algunos negocios típicos y una iglesia histórica que habían hecho los jesuitas y que tenía un sagrario de oro tallado por los aborígenes. En el pueblo vivían muchos familiares así que cada día visitábamos una casa distinta. Nos invitaban a cenar o almorzar y allá íbamos a reencontrarnos con los sabores y los aromas únicos de su gastronomía.

Otro día íbamos al campo de mi tío Oscar y ahí recién podía encontrarme con mi hermano quien estaba cada vez más grande y fornido. Llorábamos abrazados, nos contábamos nuestros secretos, el me preguntaba cuando lo irían a buscar de ese lugar que se le hacía insoportable y yo no tenía respuestas para darle. Mi madre seguía casi siempre internada, mi padre no daba abasto con todos los problemas. ¡Con cada despedida se nos partía el alma y llorábamos mientras nos decíamos adiós hasta el año próximo! Con suerte lo veía algunas veces más durante la estadía. Ahora pienso que mi tío evitaba que estuviéramos mucho en contacto para que no escuchemos del maltrato que le daba. Siempre estaba atento a nuestras conversaciones y visitas.

Antes de regresar íbamos a  la ciudad de Goya donde estaban los negocios más importantes y mi tía me compraba todo lo necesario para el comienzo de clases desde los útiles escolares hasta la ropa y zapatos. Mas cargadas que al inicio del viaje partíamos de nuevo hacia Buenos Aires. En el camino otra vez nos esperaban los parientes para decirnos adiós al pasar el tren y el viaje concluía con el comienzo escolar.



Copyrigth 2010©Nelida Liliana Vieyra, all rigths reserved


2 comentarios:

  1. HOLA NELIDA, GRAN ODISEA TE A TOCADO VIVIR,PERO QUE TE A DEJADO HERMOSOS RECUERDOS,ESPERO VER LAS HISTORIAS CON LOS OTROS HERMANOS,CARIÑOSOS SALUDOS

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    1. Muchas gracias por tu comentario, solo tuve un hermano. La historia continuará, como todas las historias habrá momentos felices y otros no tanto. Saludos.

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