jueves, 10 de septiembre de 2020

MIS PRIMEROS AMIGOS DEL BARRIO


 Mi primera amiga en el barrio nuevo fue Ely Pintos, a falta de hermanas, nos encontramos las dos a los cuatro años y aunque ahora vive en Humahuaca, seguimos siendo amigas, al vernos siempre renace esa relación de compinches que supimos tener.

Fuimos hasta primero superior (sí, soy de esa época) juntas a la escuela, después ella se cambió a un colegio privado de monjas y nos veíamos solo en las tardes, o los fines de semana. Sus padres eran bolivianos y su mamá Doña Nora tenía un almacén en su casa, su papá era metalúrgico como el mío y ambas familias nos hicimos muy amigas, casi una familia. Entonces, todo era muy familiar.

En mi cuadra jugaba con Mary Sanabria. A las dos nos gustaba leer y cantar y contarnos historias. Todavía tengo una poesía que me regaló adornada con flores y hojas pintadas con lápices de colores. Leíamos historietas, y más adelante cuando crecimos, las famosas fotonovelas románticas.

En la casa de Sanabria años después haríamos los asaltos porque tenían un gran patio y nos juntábamos a bailar y escuchar música.

Otro amigo de mi infancia es Carlitos Rojas, su papá un santiagueño amante de las chacareras, excelente bailarín, aunque sordo, era compañero de trabajo del mío. Ellos compraron un lote cerca de nuestra casa, en la otra cuadra.

Él era un amigo, un hermano, aunque más chico que yo, fuimos inseparables en una época. Él estudiaba magia por correspondencia y yo era su ayudante.

Otro amigo era el gordo Pallero, pobrecito de chico tuvo parálisis infantil y andaba en una silla de ruedas. Para nosotros, no era un discapacitado, nos acompañaba en todo y tenía una ventaja: sabía tocar la guitarra y cantar. Así. que con él, la fiesta estaba asegurada. Fue el primero en dejarnos, y su muerte me afectó bastante.

Todas las tardes después de la hora de la merienda y de haber hecho las tareas escolares, nos sentábamos frente a mi vereda a charlar, a cantar, a jugar carreras de una cuadra, a encender fogatas y mirar las estrellas. Soñábamos con los ojos despiertos. No sé de qué hablábamos, pero las conversaciones eran interminables, nos tenían que llamar varias veces para ir a cenar.

Yo tuve siempre muchos amigos varones y sabia jugar a la pelota, a las bolitas, a las figuritas y trepar a los árboles como Tarzan.

Al empezar la secundaria todo cambio y se acabaron las charlas en la vereda, las canciones, los cuentos y relatos inventados, el terror al hablar de los muertos y aparecidos. Pero, siempre quedó esa complicidad al saludarnos, al vernos, al encontrarnos.

En mi casa escuchábamos la radio, tuvimos televisión tardíamente, a mi mamá le gustaba Héctor Larrea y escuchar tangos. También, las radionovelas que seguía a la tarde mientras preparaba la cena. Una vez fuimos a conocer al elenco del Negro Faustino que había hecho una presentación en la Sociedad Española de Socorro Mutuos de San Miguel. Ella guardaba el autógrafo de sus artistas dentro de un cuaderno, como un tesoro.

Nuestra vida era sencilla, pero llena de colorido, nos disfrazábamos para el carnaval, remontábamos barriletes en otoño, andábamos en bicicleta hasta que llegaba la nochecita, reíamos y nos divertíamos con pavadas.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

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