(Este es un trabajo para el Taller de Escritura del que estoy participando. Como una calesita volví sobre el mismo tema quizas porque uno vuelve a los lindos recuerdos cada vez.)
Un día, de pronto el aire se llenaba de música y una voz gangosa anunciaba por los parlantes que llegó la calesita. Una esquina cualquiera del barrio se transformaba entonces con mágicos colores y risas, ensueños y entusiasmos, algarabía y deleite.
Iba de la mano de mamá y me subía al caballito azul. Temerosa de despegarme de la seguridad del piso emprendía esa travesía incierta y ruidosa. La mirada atenta de mi hermano y su guiño cómplice me daba el empujón necesario para despreocuparme. El paisaje se desenrollaba a mi alrededor como un caleidoscopio. Las caras desaparecían en las curvas. Yo buscaba su rostro entre los demás. Me reía disimulando esa extraña inquietud de vértigo y satisfacción. En cada vuelta ella levantaba su brazo saludándonos, sonriendo. No nos queríamos bajar. Insistíamos que la próxima sería la última y repetíamos el truco hasta que se acababan las monedas.
Al final regresábamos a casa mareados de felicidad. Bromeando y saltando, dando vueltas alrededor de ella pidiéndole que nos vuelva a llevar al otro día mientras, a lo lejos, las canciones de Leo Dan y Palito Ortega giraban para siempre.
Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra
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