Este es un trabajo para el Taller de Escritura en el que participo. En cada oración me daban las primeras palabras y yo debía completarla con otras para hacer la historia.
De adolescente creía que todo era posible. He pasado mucho tiempo pensando en esas cosas, en mi cama, mientras miraba el techo.
Prefiero mirar hacia adentro ahora porque comprendí que es lo más valioso. Uno de mis amigos decía que soy una mujer con mucha vida interior.
Terminar un viaje no es solamente desarmar la valija, es recordar los paisajes andados.
Olvido lo que guardé en los bolsillos: piedras, caracoles o plumas de colores que fui juntando para que me protejan en la ciudad, como valiosos talismanes contra la rutina.
Quizás he hablado bastante de estas cosas con mis amigos, porque ellos también, me dan piezas que traen de sus viajes.
Me meto a mirar en los estantes y encuentro trozos de algas petrificadas, el diente de un tiburón, un coral desteñido.
No me da miedo esa naturaleza muerta, que evoca mis andanzas.
¡No escucho ahora el fresco rumor del mar dentro de la caracola, pero imagino las olas que vi tantas veces!
Me sorprende el brutal ataque del hombre contra la naturaleza, la tala de árboles, la contaminación de los ríos, la extinción de las especies. Somos suicidas.
Tardo en ver que reaccionen protegiéndola.
Le hablé a mi nieto mayor para que se mude aquí, la casa es grande y me encuentro sola.
La competencia por ganar su amor no me preocupa yo sé que conmigo se siente libre.
Describir con precisión mi vida, es una ardua tarea, muchas cosas se borraron de mi memoria, otras, como no las sé, las invento y trato de armar un relato más o menos coherente.
Me pregunto si de vieja estas cosas serán realmente importantes.
Sentada, con las piernas al sol, mi piel comienza a enrojecerse.
Engañé a la muerte muchas veces, me salvé y sigo viva, sintiendo.
Hago chistes diciendo que tengo un amante joven oculto entre mis sabanas. No me creen.
No me imaginan encendiendo la sangre. No me permiten imaginarlo siquiera.
No creo que exista algo malo en pensar esto.
Mi prontuario judicial esta impecable. Fui a la justicia solo para tramitar los divorcios y escribir mi testamento.
Me gustaría que por eso me dieran un premio.
Prefiero aburrirme sola, acariciando a mi gato mientras él mueve impaciente su cola.
Paseo por los jardines y almuerzo en la terraza rodeada de geranios y malvones.
En cuestión de comidas, prefiero las carnes asadas.
No puedo negar que soy argentina.
Puedo prescindir fácilmente de los picantes y la mayonesa light tan desabrida.
En un país extranjero, no sé si comería productos desconocidos.
Me fijo en su preparación, sus ingredientes.
Es mejor que no lea una mala critica del lugar porque ni siquiera entro.
La guerra me parece esa competencia inútil entre marcas de comida chatarra.
He visto a un hombre cuyo vientre era exorbitante. Es culpa de esas ingestas grasas tan nefastas.
No estoy segura de que me guste realizar un crucero, me da vértigo y nauseas navegar.
No digo que siempre fui así, sino que con los años, el organismo responde diferente.
No paro de reír recordando el viaje a Colonia con aquel grupo de franceses.
Al regresar de nuevo a esos lugares recuerdo que el mejor momento no fue su declaración de amor sino cuando me beso en la boca delante de todos. Allí supieron que me casaría nuevamente.
Como soy una mujer mayor, piensan que soy incapaz de tomar mis decisiones.
Espero no encontrarme nunca con los que me dijeron que esa era otra de mis locuras.
Las palabras son como piedras lanzadas en el agua al atardecer.
No conozco a nadie que se dejara llevar por el corazón como yo.
En las vitrinas, los Laliques y los Baccarats se cubren de sombras. No puedo dormir temprano como pretenden.
Puedo dormir recién después de beber mi te de menta y jengibre.
Se me ocurrió la idea de contar mis memorias.
Tengo la costumbre de empezar siempre y no terminar.
En verdad, no veo nada extraño en eso, sino el simple afán de perpetuarme.
Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra
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