Cuando aún vivía en Villa Ballester, al lado de mi casa había un lote baldío que usaban para instalar calesitas. El dueño de una de las tantas que vino se acercó a nosotros y luego de algunas charlas con mis padres se formó una especie de amistad. Cada tanto la calesita volvía a instalarse ahí y mis padres le daban la luz, el agua y a cambio mi hermano y yo dábamos vueltas gratis toda la tarde. Como yo era pequeña me subía siempre con alguien que me cuidara, unas amigas de mi hermano, mi hermano o a veces mi mamá.
Mi hermano, al ser más grande y canchero se largaba de la calesita en movimiento imitando a René el calesitero. Un día no tuve mejor idea que imitarlo y me fui de nariz al piso cayendo debajo de la calesita. Me hice un par de raspones, ligamos un reto mi hermano y yo y mi mamá nos dejó una tarde completa sin poder subir, en castigo, por la imprudencia.
Al tiempo de mudarnos en el nuevo barrio, vimos que donde hoy está la plaza Jorge Newbery se estaba instalando una calesita. Esa tarde yo estaba primera en la fila para subir cuando por esas casualidades que tiene la vida descubrimos que el dueño era René el amigo de mi papá. Nos saludamos, lo invitamos a conocer la nueva casa y a partir de ahí otra vez fui la niña privilegiada que andaba hasta el cansancio en la calesita.
Pero no solo las calesitas, los parques de diversiones y los circos también llegaban al barrio y se instalaban en los lotes baldíos. No me perdía ninguno de estos apenas llegaban.
Las voces de Palito Ortega y Leo Dan se escuchaban gangosas por los altoparlantes anunciando la llegada del Gran Parque de Diversiones Babilandia Park, e invitaban a la fiesta. Todo el día insistíamos pidiendo que nos lleven a ver tales maravillas. Luego de prepararnos como para ir a un baile de gala, bañados y perfumados íbamos a ver el espectáculo.
Una vez subimos a la rueda giratoria, a mí no me gustaba la altura, pero hice coraje. ¡Qué alta parecía cuando llegamos a la sima! me daba vértigos y reía a carcajadas para disimular mi pánico.
Un hombre que parecía tener pocas luces y que andaba siempre vestido con un traje gris como el de guarda de tren y al que nosotros le decíamos el loco, también subió. De pronto escuchamos un crujido de hierros y un chillido que nos puso pálidos. Una parte del engranaje se zafó y quedamos en la parte alta que dejó de girar. El “loco” empezó a gritar que se quería bajar y se desprendió del asiento y comenzó a caminar colgado como un mono de las estructuras metálicas del juego. Parece que le dio un ataque de fobia, aunque en esa época no se sabía mucho de esas cosas. Y lo tuvieron que bajar entre varios corajudos que se treparon al armazón para rescatarlo. Lo bajaron y lo llevaron en una ambulancia. Durante todo ese tiempo nosotros estuvimos quietecitos en el asiento que se hamacaba con el viento mirando el espectáculo inesperado. Nunca más subí a ese juego.
Los botes hamacas me gustaban, pero era temerosa de ir muy rápido y alto entonces le hacía jurar al que me acompañaba que iríamos despacito, aunque muchas veces hacían caso omiso a mis advertencias y yo gritaba como loca mientras el cielo iba y venía en cada vaivén. El estomago se estrujaba y la risa y los gritos hacían parecer que me estaba divirtiendo.
El tiro al blanco, el tumba-latas eran mis preferidos, y a veces traíamos algunos premios que nos daba la inmensa alegría que tiene todo vencedor. Por supuesto que nadie ganaba los premios mayores como el super oso de peluche, o la muñeca que tenía los cabellos rubios y nos miraba desde la caja envuelta en celofán. Siempre era un cenicero de cerámica o un llavero, lo que opacaba un poco el triunfo.
Después de ir al circo siempre volvíamos creyéndonos artistas: comenzábamos a hacer malabares, yo me colgaba de los árboles como una trapecista y hasta habíamos colocado un alambre y practicábamos con Ely Pinto el caminar por la cuerda floja. Nos impresionaban la rueda de la muerte donde un hombre motorizado giraba como un hámster mientras nosotros aplaudíamos frenéticos. Los acróbatas con sus vuelos cerca del techo de la carpa que nos mantenían en vilo mientras se volvían a encontrar en el abrazo salvador.
Ahora ya no pasan esas cosas, y los circos que vienen lo hacen en el predio de grandes supermercados, tampoco quedan muchos terrenos baldíos donde instalarse creo, que con el tiempo, será otra cosa que pasará a la historia.
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