miércoles, 26 de agosto de 2020

PRIMER GRADO





Llegué a primer grado con la alegría y el entusiasmo de todo niño, me decían en casa que era el lugar donde iba a aprender cosas maravillosas, que tendría nuevos amigos y que la pasaría genial porque me resultaría fácil lo que me enseñaran ya que lo sabía.
Pero no fue así. Desde el principio comenzaron los problemas, por suerte por entonces habían dividido las clases en tres turnos y solo tenía que ir unas 3 horas. Las tareas que me daban me parecían estúpidas y por más que le dijese a la maestra que yo sabía leer y escribir me hacía hacer círculos y palotes en el cuaderno. Obvio que terminaba enseguida y al ver que a algunos les costaba mucho yo acudía en su ayuda. Pero  mi actitud solidaria afectaba los nervios de la maestra quien me retaba a cada rato. El primer día de clases, si como lo leen: el primer día de clases fui llevada a la dirección por mala conducta.
A decir verdad, no sabía bien por qué me enviaban ahí. Tampoco entendía el enojo de la señorita y sus gritos y zamarreo. Le explicaba a alguien que yo era el diablo mismo y que me paraba sin permisos, que conversaba con mis compañeros y les escribía el cuaderno queriendo ayudarlos en la tarea. Y ahí quedé en la puerta de dirección parada contra la pared sin saber que grave delito había cometido esperando con angustia la llegada de mi padre que iría por mi ese día.
Lo vi cerca del alambrado de la escuela, en la vereda a la hora de la salida, tenia puesta unas botas para la lluvia y su conjunto de pantalón y camisa Ombú de obrero, había llegado de trabajar y fue a buscarme. Al verlo me deshice en lágrimas, lloré con rabia, con impotencia, pensé que mi padre me iba a reprender, pero no, tampoco sabia las leyes del colegio y creo que no se dio cuenta que yo estaba en penitencia. Así que salí y me agarré fuerte de su mano y nos fuimos conversando de otras cosas.
Las primeras semanas los hechos se repitieron iba a dirección en penitencia casi todos los días. Una vez entré en la oficina y estaba la secretaria, una señorita de voz dulce que al verme tan pequeña vino a conversar conmigo preguntándome que cosa horrible había hecho para merecer semejante castigo. Yo le conté que ayudaba a mis compañeros con la tarea, que mi propósito era colaborar y que yo sabía leer y escribir y me aburría hacer círculos y palotes.
Ella sonrió más pensando que yo bromeaba, - ¿sabes leer y escribir? me dijo.
Si, yo leo libros dije seria y segura.
La secretaria me miraba atónita como si le dijera algo que no podía entender. Entró en la oficina, buscó algo y volvió con un libro en la mano. Me lo extendió y me pidió que leyera.
Orgullosa de mi talento tomé el libro, abrí la página y comencé a leer de corrido un cuento que hablaba de un oso que se perdía en el bosque.
La secretaria llamó a la directora y otra vez tuve que leer para ella. Entonces hicimos un trato entre la directora, la secretaria y yo: cada vez que me aburría debía pedir permiso a la maestra para ir a la biblioteca y ellos me darían un libro y yo me quedaría leyendo hasta que los demás terminasen sus tareas.
Al llegar a casa conté lo sucedido y ahí supieron que me lo pasaba en dirección casi todos los días así que al otro día me acompañaron mi mamá y mi papá y luego de hablar con la directora de la escuela me cambiaron de grado, con otra maestra, la señorita Gloria. Era tan buena que le puse su nombre a mi muñeca preferida. 
Y entonces gracias a la señorita Gloria Amalia Padín pudo gustarme  la escuela y disfrutarla.

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