martes, 25 de agosto de 2020

AQUELLA VIEJA CAJA FLOREADA


En casa teníamos un par de muebles muy viejos que habían venido de España y que eran de mi bisabuelo: una alacena o despensa con alambre mosquitero en las puertas de arriba, una mesa de madera con un gran cajón que aun hoy la tenemos y un baúl que regalé hace años a no sé quién. 

Esa despensa como le decía mi madre era una especie de aparador donde se guardaban los platos, los utensilios de la cocina y en los estantes superiores cosas frágiles o importantes que mis ávidas manos no pudieran alcanzar.  

Entre ellas había una caja forrada con gastado papel floreado que me intrigaba y no me dejaba dormir. Si le preguntaba a mi madre ella me respondía todavía no es el momento para que sepas lo que hay adentro; lo que aumentaba más mi curiosidad. 

Un día de lluvia, aburrida seguramente mi madre, abrió la alacena, metió la mano en el estante superior y sacó la cajita de mis sueños. 

Mis ojos abiertos por el asombro querían acaparar con la mirada el esperado momento de su abertura. Pero mamá no la abría, antes trajo unos papeles, y me explicó que lo que me iba a enseñar debía usarse con mucha precaución, sin apuro y con prolijidad. Y me dijo que me daba eso porque veía que ya estaba grande y que podría utilizarlo con cuidado. 

Yo decía que si, a todo. Y no veía las horas de ver salir semejante prodigio. Abrió la caja y dentro había un pequeño frasquito de tapa de baquelita negra que depositó sobre la mesa, luego sacó un trozo de papel de diario amarillento que envolvía otra cosa, al ir desenroscando el papel descubrí que era una pluma de tinta. 

Desenroscó la tapa, metió la pluma adentro del tintero, escurrió el líquido azul y comenzó a trazar letras y números en el papel. ¡¡Era algo increíble!! 

Luego volvió a mojar la pluma, la escurrió y me la pasó a mí. Con la mano temblorosa por la emoción comencé a hacer los primeros palotes. De vez en cuando un manchón de tinta dejaba su marca sobre la hoja.  Mamá me enseñó a usar el papel secante o la tiza para secar luego de escribir, a sacudir la pluma dentro del tintero para escurrir bien y que no se produzcan gotas. Y así cada tarde durante media hora más o menos, ella me enseñaba las letras, los números. 

Muchas veces, bajo su supervisión me subía a una silla para alcanzar la caja y llenaba una tras otras las carillas de papel. 

A los 5 años ya leía y escribía de corrido, conocía los números, las sumas y restas. 

Cuando llegué a primer grado, la maestra se encontró con un gran problema, yo me aburría grandemente y ella no sabía que hacer conmigo porque terminaba mis tareas rápidamente y me ponía a charlar o a ayudar a mis compañeros rezagados. Por este motivo visitaba seguido la dirección y decían que era una niña inquieta y revoltosa, cuando en realidad era solo una incomprendida. 

Copyright © 2014 Nélida Liliana Vieyra, All rights reserved


 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LA CASA DE TIA LOLA

A una cuadra de la plaza principal y a media cuadra de la iglesia, estaba la casa de tía Lola. Se entraba por una puerta de madera labrada e...