lunes, 21 de septiembre de 2020

MUCHACHA OJOS DE PAPEL


Para vos que siempre estas dentro de mi corazón como un hermoso recuerdo.

Las canciones son mucho más que eso. Detrás de ellas están escondidas emociones, recuerdos, hitos de nuestra historia que se rememoran al escucharlas.

En mi época se celebraba el día del estudiante y de la primavera con un picnic. Desde antes estábamos inquietas y nerviosas porque sabíamos que podíamos volver de esa aventura, enamoradas. Había que elegir bien la ropa, el peinado y todas esas cosas que usamos las mujeres para seducir. Pero, en este tiempo de mi relato era lo más,  usar un jean Wragler, unas zapatillas Flecha preferentemente blancas y una remera o blusa de colores. Yo no tenía muchos pantalones en mi casa, mis padres lo consideraban de mal gusto y andaba siempre de polleras.

Ese día mi amiga, Ely Pinto, me prestó un Wrangler beige, casi color caca, horrible, pero era la moda y lo prefería mil veces a tener que ir de falda.

Fuimos al Touring Club que tenía un predio grande con árboles y lugar suficiente para realizar el encuentro de jóvenes. No éramos solamente los de mi colegio, había también de otros. Buscabamos un espacio para sentarnos a comer los sándwiches de milanesas, tomar las gaseosas calientes y sin gas, apropiarnos de un pequeño territorio en donde guardar nuestras cosas y poder jugar a la pelota o algo así, pero estaba todo repleto.

Hacía calor y dábamos vueltas sin encontrar sitio. De repente, un grupo de chicos cantaba y tocaba la guitarra. Nunca los había visto antes, serian de otra escuela. Nos acercamos para escuchar y mi mirada se encontró con los ojos verdes más hermosos que había visto, después de los de Alain Delon, por supuesto. Me quedé embobada mirándolo y él me correspondía. Mis mejillas se incendiaban y sabía que la canción que estaba cantando era para mí, si, ¡yo era la destinataria! Mi corazón latía con más fuerzas y todo desapareció a mi alrededor, sólo existía esa canción, sus ojos y ese muchacho desconocido.

“Muchacha ojos de papel, no corras más quédate conmigo hasta el alba…” decía él y yo era su muchacha de papel.

Después que terminó de cantar se presentó, era de la escuela Industrial. Y pasamos toda la tarde juntos. Al despedirnos prometimos volver a encontrarnos.

Y acunados por esa emblemática canción comenzamos la primera relación de mi adolescencia, él fue mi primer novio.  

Cada vez que oigo ese tema, el recuerdo me hace sonreír y mágicamente vuelvo a tener 16 años.

Copyright © 2020 Nélida Liliana Vieyra, All rights reserved

jueves, 17 de septiembre de 2020

AUTOBIOGRAFIA FICCIONAL

 



Este es un trabajo para el Taller de Escritura en el que participo. En cada oración me daban las primeras palabras y yo debía completarla con otras para hacer la historia.



De adolescente creía que todo era posible. He pasado mucho tiempo pensando en esas cosas, en mi cama, mientras miraba el techo.

Prefiero mirar hacia adentro ahora porque comprendí que es lo más valioso. Uno de mis amigos decía que soy una mujer con mucha vida interior.

Terminar un viaje no es solamente desarmar la valija, es recordar los paisajes andados.

Olvido lo que guardé en los bolsillos: piedras, caracoles o plumas de colores que fui juntando para que me protejan en la ciudad, como valiosos talismanes contra la rutina.

Quizás he hablado bastante de estas cosas con mis amigos, porque ellos también, me dan piezas que traen de sus viajes.

Me meto a mirar en los estantes y encuentro trozos de algas petrificadas, el diente de un tiburón, un coral desteñido.

No me da miedo esa naturaleza muerta, que evoca mis andanzas.

¡No escucho ahora el fresco rumor del mar dentro de la caracola, pero imagino las olas que vi tantas veces!

Me sorprende el brutal ataque del hombre contra la naturaleza, la tala de árboles, la contaminación de los ríos, la extinción de las especies. Somos suicidas.

Tardo en ver que reaccionen protegiéndola.

Le hablé a mi nieto mayor para que se mude aquí, la casa es grande y me encuentro sola.

La competencia por ganar su amor no me preocupa yo sé que conmigo se siente libre.

Describir con precisión mi vida, es una ardua tarea, muchas cosas se borraron de mi memoria, otras, como no las sé, las invento y trato de armar un relato más o menos coherente.

Me pregunto si de vieja estas cosas serán realmente importantes.

Sentada, con las piernas al sol, mi piel comienza a enrojecerse.

Engañé a la muerte muchas veces, me salvé y sigo viva, sintiendo.

Hago chistes diciendo que tengo un amante joven oculto entre mis sabanas. No me creen.

No me imaginan encendiendo la sangre. No me permiten imaginarlo siquiera.

No creo que exista algo malo en pensar esto.

Mi prontuario judicial esta impecable. Fui a la justicia solo para tramitar los divorcios y escribir mi testamento.

Me gustaría que por eso me dieran un premio.

Prefiero aburrirme sola, acariciando a mi gato mientras él mueve impaciente su cola.

Paseo por los jardines y almuerzo en la terraza rodeada de geranios y malvones.

En cuestión de comidas, prefiero las carnes asadas.

No puedo negar que soy argentina.

Puedo prescindir fácilmente de los picantes y la mayonesa light tan desabrida.

En un país extranjero, no sé si comería productos desconocidos.

Me fijo en su preparación, sus ingredientes.

Es mejor que no lea una mala critica del lugar porque ni siquiera entro.

La guerra me parece esa competencia inútil entre marcas de comida chatarra.

He visto a un hombre cuyo vientre era exorbitante. Es culpa de esas ingestas grasas tan nefastas.

No estoy segura de que me guste realizar un crucero, me da vértigo y nauseas navegar.

No digo que siempre fui así, sino que con los años, el organismo responde diferente.

No paro de reír recordando el viaje a Colonia con aquel grupo de franceses.

Al regresar de nuevo a esos lugares recuerdo que el mejor momento no fue su declaración de amor sino cuando me beso en la boca delante de todos. Allí supieron que me casaría nuevamente.

Como soy una mujer mayor, piensan que soy incapaz de tomar mis decisiones.

Espero no encontrarme nunca con los que me dijeron que esa era otra de mis locuras.

Las palabras son como piedras lanzadas en el agua al atardecer.

No conozco a nadie que se dejara llevar por el corazón como yo.

En las vitrinas, los Laliques y los Baccarats se cubren de sombras. No puedo dormir temprano como pretenden.

Puedo dormir recién después de beber mi te de menta y jengibre.

Se me ocurrió la idea de contar mis memorias.

Tengo la costumbre de empezar siempre y no terminar.

En verdad, no veo nada extraño en eso, sino el simple afán de perpetuarme.




Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

martes, 15 de septiembre de 2020

MIS VECINOS: LOS SANABRIA




Quiero agradecer a Maria Laura O. por las fotos que me envió para la publicación.

Casa de por medio vivía la familia Sanabria, don Manuel que era cordobés y su esposa doña Irma entrerriana. Desde que los conocí tuvieron negocio, primero una carnicería, verdulería y luego supermercado. Tenían 4 hijos: Beatriz, María, José y Hugo. Todos jugaban conmigo. También, hacíamos las tareas del colegio y hasta cocinábamos algunas cosas para el té de la tarde, ya que en una época me gustaba amasar panecillos y elaborar tortas.

Con Mary hacíamos los mandados juntas, leíamos poesía, escribíamos, dibujábamos y éramos las más compinches. Nos pasábamos muchas horas conversando. Irma fue la primera chica del grupo que aprendió a manejar una estanciera que tenían. José el mayor de los varones falleció demasiado pronto. Era un buen muchacho siempre sonriente y muy trabajador. Todo el mundo lo quería por su simpatía y amabilidad. El barrio entero lo lloró durante el paso del cortejo fúnebre por las calles que lo habían visto crecer. Tuvo una sola hija Noelia, a quien adoraba,  que ahora vive en Misiones y a veces la encuentro cuando viene de visita por estos lados.

El patio de la familia Sanabria era el más grande y estaba todo construido en cemento lo que se prestaba para que hiciéramos ahí todos los asaltos, cumpleaños y festejos que surgieran.

También tenía un equipo con grandes parlantes para pasar la música y bailar. Con ellos celebrábamos las fiestas de Navidad, Año Nuevo y casamientos, cumpleaños y almuerzos vecinales. Se armaba una larga mesa y cada vecino llevaba sus sillas y su comida todos compartíamos. Mientras que, los mayores jugaban algún partido de truco entre gritos y risas, nosotros los más jovencitos bailábamos. Los que pasaban por la calle y eran conocidos se iban sumando al festejo.

A esas fiestas concurrían las familias: Saccomani, Bosco, Pérez, Velazquez, Morinigo y además venía a veces Juan Cruz con su guitarra y cantaba para la concurrencia.

Cuando fuimos más grandes y estábamos aprendiendo a ser señoritas con Mary compartíamos los maquillajes, esmaltes de uñas, las fotonovelas, las canciones favoritas, nos gustaban los mismos actores, nos enamorábamos de alguno que otro muchachito del barrio por el que suspirábamos sin que el interesado lo supiera. Éramos inseparables.

Mary se enamoró de José, y se casaron tuvieron tres hijos: Javier, Silvana y Adriana. El tiempo pasó y aquellos bebitos que tuve en mis brazos alguna vez hoy son hombres y mujeres. Ellos siguen juntos consolidando su familia y ahora tienen un hermoso negocio en el barrio. Han trabajado mucho para lograr esto: son un ejemplo de progreso y dedicación.

Nuestras vidas tienen muchos puntos en común, no puedo contar mi historia sin que los Sanabria no estén presentes. Todos éramos, no sólo vecinos o amigos, parecíamos más bien una familia.

Todavia nos seguimos viendo y esa amistad está presente en cada encuentro.


jueves, 10 de septiembre de 2020

MIS PRIMEROS AMIGOS DEL BARRIO


 Mi primera amiga en el barrio nuevo fue Ely Pintos, a falta de hermanas, nos encontramos las dos a los cuatro años y aunque ahora vive en Humahuaca, seguimos siendo amigas, al vernos siempre renace esa relación de compinches que supimos tener.

Fuimos hasta primero superior (sí, soy de esa época) juntas a la escuela, después ella se cambió a un colegio privado de monjas y nos veíamos solo en las tardes, o los fines de semana. Sus padres eran bolivianos y su mamá Doña Nora tenía un almacén en su casa, su papá era metalúrgico como el mío y ambas familias nos hicimos muy amigas, casi una familia. Entonces, todo era muy familiar.

En mi cuadra jugaba con Mary Sanabria. A las dos nos gustaba leer y cantar y contarnos historias. Todavía tengo una poesía que me regaló adornada con flores y hojas pintadas con lápices de colores. Leíamos historietas, y más adelante cuando crecimos, las famosas fotonovelas románticas.

En la casa de Sanabria años después haríamos los asaltos porque tenían un gran patio y nos juntábamos a bailar y escuchar música.

Otro amigo de mi infancia es Carlitos Rojas, su papá un santiagueño amante de las chacareras, excelente bailarín, aunque sordo, era compañero de trabajo del mío. Ellos compraron un lote cerca de nuestra casa, en la otra cuadra.

Él era un amigo, un hermano, aunque más chico que yo, fuimos inseparables en una época. Él estudiaba magia por correspondencia y yo era su ayudante.

Otro amigo era el gordo Pallero, pobrecito de chico tuvo parálisis infantil y andaba en una silla de ruedas. Para nosotros, no era un discapacitado, nos acompañaba en todo y tenía una ventaja: sabía tocar la guitarra y cantar. Así. que con él, la fiesta estaba asegurada. Fue el primero en dejarnos, y su muerte me afectó bastante.

Todas las tardes después de la hora de la merienda y de haber hecho las tareas escolares, nos sentábamos frente a mi vereda a charlar, a cantar, a jugar carreras de una cuadra, a encender fogatas y mirar las estrellas. Soñábamos con los ojos despiertos. No sé de qué hablábamos, pero las conversaciones eran interminables, nos tenían que llamar varias veces para ir a cenar.

Yo tuve siempre muchos amigos varones y sabia jugar a la pelota, a las bolitas, a las figuritas y trepar a los árboles como Tarzan.

Al empezar la secundaria todo cambio y se acabaron las charlas en la vereda, las canciones, los cuentos y relatos inventados, el terror al hablar de los muertos y aparecidos. Pero, siempre quedó esa complicidad al saludarnos, al vernos, al encontrarnos.

En mi casa escuchábamos la radio, tuvimos televisión tardíamente, a mi mamá le gustaba Héctor Larrea y escuchar tangos. También, las radionovelas que seguía a la tarde mientras preparaba la cena. Una vez fuimos a conocer al elenco del Negro Faustino que había hecho una presentación en la Sociedad Española de Socorro Mutuos de San Miguel. Ella guardaba el autógrafo de sus artistas dentro de un cuaderno, como un tesoro.

Nuestra vida era sencilla, pero llena de colorido, nos disfrazábamos para el carnaval, remontábamos barriletes en otoño, andábamos en bicicleta hasta que llegaba la nochecita, reíamos y nos divertíamos con pavadas.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

martes, 8 de septiembre de 2020

LA CALESITA, OTRA, LA DE CUALQUIER BARRIO.


(Este es un trabajo para el Taller de Escritura del que estoy participando. Como una   calesita volví sobre el mismo tema quizas porque uno vuelve a los lindos recuerdos cada vez.)

Un día, de pronto el aire se llenaba de música y una voz gangosa anunciaba por los parlantes que llegó la calesita. Una esquina cualquiera del barrio se transformaba entonces con mágicos colores y risas, ensueños y entusiasmos, algarabía y deleite.

Iba de la mano de mamá y me subía al caballito azul.  Temerosa de despegarme de la seguridad del piso emprendía esa travesía incierta y ruidosa. La mirada atenta de mi hermano y su guiño cómplice me daba el empujón necesario para despreocuparme. El paisaje se desenrollaba a mi alrededor como un caleidoscopio. Las caras desaparecían en las curvas. Yo buscaba su rostro entre los demás. Me reía disimulando esa extraña inquietud de vértigo y satisfacción. En cada vuelta ella levantaba su brazo saludándonos, sonriendo. No nos queríamos bajar. Insistíamos que la próxima sería la última y repetíamos el truco hasta que se acababan las monedas.

Al final regresábamos a casa mareados de felicidad. Bromeando y saltando, dando vueltas alrededor de ella pidiéndole que nos vuelva a llevar al otro día mientras, a lo lejos, las canciones de Leo Dan y Palito Ortega giraban para siempre.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

sábado, 5 de septiembre de 2020

LA CALESITA DE RENÉ

 

Cuando aún vivía en Villa Ballester, al lado de mi casa había un lote baldío que usaban para instalar calesitas. El dueño de una de las tantas que vino se acercó a nosotros y luego de algunas charlas con mis padres se formó una especie de amistad. Cada tanto la calesita volvía a instalarse ahí y mis padres le daban la luz, el agua y a cambio mi hermano y yo dábamos vueltas gratis toda la tarde. Como yo era pequeña me subía siempre con alguien que me cuidara, unas amigas de mi hermano, mi hermano o a veces mi mamá. 

 Mi hermano, al ser más grande y canchero se largaba de la calesita en movimiento imitando a René el calesitero. Un día no tuve mejor idea que imitarlo y me fui de nariz al piso cayendo debajo de la calesita. Me hice un par de raspones, ligamos un reto mi hermano y yo y mi mamá nos dejó una tarde completa sin poder subir, en castigo, por la imprudencia. 

Al tiempo de mudarnos en el nuevo barrio, vimos que donde hoy está la plaza Jorge Newbery se estaba instalando una calesita. Esa tarde yo estaba primera en la fila para subir cuando por esas casualidades que tiene la vida descubrimos que el dueño era René el amigo de mi papá. Nos saludamos, lo invitamos a conocer la nueva casa y a partir de ahí otra vez fui la niña privilegiada que andaba hasta el cansancio en la calesita.

Pero no solo las calesitas, los parques de diversiones y los circos también llegaban al barrio y se instalaban en los lotes baldíos. No me perdía ninguno de estos apenas llegaban.

Las voces de Palito Ortega y Leo Dan se escuchaban gangosas por los altoparlantes anunciando la llegada del Gran Parque de Diversiones Babilandia Park, e invitaban a la fiesta. Todo el día insistíamos pidiendo que nos lleven a ver tales maravillas.  Luego de prepararnos como para ir a un baile de gala, bañados y perfumados íbamos a ver el espectáculo. 

Una vez subimos a la rueda giratoria, a mí no me gustaba la altura, pero hice coraje. ¡Qué alta parecía cuando llegamos a la sima! me daba vértigos y reía a carcajadas para disimular mi pánico.

Un hombre que parecía tener pocas luces y que andaba siempre vestido con un traje gris como el de guarda de tren y al que nosotros le decíamos el loco, también subió. De pronto escuchamos un crujido de hierros y un chillido que nos puso pálidos. Una parte del engranaje se zafó y quedamos en la parte alta que dejó de girar. El “loco” empezó a gritar que se quería bajar y se desprendió del asiento y comenzó a caminar colgado como un mono de las estructuras metálicas del juego. Parece que le dio un ataque de fobia, aunque en esa época no se sabía mucho de esas cosas. Y lo tuvieron que bajar entre varios corajudos que se treparon al armazón para rescatarlo. Lo bajaron y lo llevaron en una ambulancia. Durante todo ese tiempo nosotros estuvimos quietecitos en el asiento que se hamacaba con el viento mirando el espectáculo inesperado. Nunca más subí a ese juego.

 Los botes hamacas me gustaban, pero era temerosa de ir muy rápido y alto entonces le hacía jurar al que me acompañaba que iríamos despacito, aunque muchas veces hacían caso omiso a mis advertencias y yo gritaba como loca mientras el cielo iba y venía en cada vaivén. El estomago se estrujaba y la risa y los gritos hacían parecer que me estaba divirtiendo.  

El tiro al blanco, el tumba-latas eran mis preferidos, y a veces traíamos algunos premios que nos daba la inmensa alegría que tiene todo vencedor. Por supuesto que nadie ganaba los premios mayores como el super oso de peluche, o la muñeca que tenía los cabellos rubios y nos miraba desde la caja envuelta en celofán. Siempre era un cenicero de cerámica o un llavero, lo que opacaba un poco el triunfo.

Después de ir al circo siempre volvíamos creyéndonos artistas: comenzábamos a hacer malabares, yo me colgaba de los árboles como una trapecista y hasta habíamos colocado un alambre y practicábamos con Ely Pinto el caminar por la cuerda floja. Nos impresionaban la rueda de la muerte donde un hombre motorizado giraba como un hámster mientras nosotros aplaudíamos frenéticos. Los acróbatas con sus vuelos cerca del techo de la carpa que nos mantenían en vilo mientras se volvían a encontrar en el abrazo salvador.

Ahora ya no pasan esas cosas, y los circos que vienen lo hacen en el predio de grandes supermercados, tampoco quedan muchos terrenos baldíos donde instalarse creo, que con el tiempo, será otra cosa que pasará a la historia.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

miércoles, 2 de septiembre de 2020

EL REGRESO DE MAMÁ


 Luego de varios meses en el hospital mi mamá regresó. Con mi tía Rosalba fuimos a buscarla hasta la ruta, ansiosas por verla llegar. Luego de varias operaciones y de haber estado al borde de la muerte, volvía a su casa, a su vida, a su familia.

Casi no la reconozco por lo delgada y demacrada que estaba, solo sus grandes ojos me daban la certeza que era ella. Soltándome de la mano de mi tía corrí a sus brazos y las dos lloramos. Ella me decía que estaba grandota, hermosa, y agradecía a mi tía sus cuidados para conmigo.

Su salud era frágil y debió volver al hospital varias veces más, en cada caso me quedaba con mi tía quien fue siempre para mi otra madre más por su cariño y su paciencia. Mamá sufrió otras operaciones y su vida siempre estuvo suspendida de un hilo, pero tenía una fortaleza espiritual admirable.

Ella se había recibido de Maestra Normal Nacional en la ciudad de Mercedes, Corrientes, en la escuela “Manuel Florencio Mansilla “y de joven enseñó en algún lugar de su provincia natal teniendo que dar clases bilingües (guaraní- español).

Ya en Buenos Aires instalados en nuestra nueva casa, mamá se dedicaba a enseñar a alumnos particulares, y en el barrio enseguida se hizo conocida y venían a casa casi todos los chicos en edad escolar.

A veces, cosía para afuera también, era muy habilidosa y se había hecho de una clientela de señoras gordas a quienes les hacía unos hermosos modelitos. Entre sus clientas estaban la mamá de Carlitos Rojas, la mamá de Eduardo "Pájaro" Ibarra, Doña Olga y su hermana Irma, la madre de Mary Sanabria.

De ella aprendí a coser, bordar y hacer todo tipo de manualidades y a tejer con dos agujas ya que a crochet me había enseñado mi tía Rosalba cuando estaba con ella.

Los altibajos de la economía, hacía que ella tuviera que ayudar con estos ingresos a la canasta familiar. Con su regreso a casa nuestra vida fue retomando la normalidad, ahora solo quedaba traer a mi hermano que aun estaba en el campo para que todo fuera perfecto. 

Mi papá siguió trabajando de soldador trazador y en sus últimos años de actividad la soldadura le había dañado  la retina así que el médico le dio el ultimátum: tenía que cambiar de profesión o quedaría ciego.

No sabiendo qué hacer y próximo a jubilarse se dedicó a la construcción hasta que se jubiló, ya que no quería la pensión por invalidez que le propusieron. En sus ratos libres hacía su huerta, escuchaba la radio: los programas de Héctor Larrea, Antonio Carrizo y en la televisión le divertía el Negro Olmedo y Jorge Porcel.  

De joven había trabajado en las minas de piedra caliza lo que le afectó los pulmones y como además fumaba su sistema respiratorio que se fue deteriorando con los años. Tuvo varios infartos, y por último terminó con un enfisema pulmonar, apenas podía caminar y el mínimo esfuerzo lo dejaba sin aliento.

Era chistoso, de carácter jovial y alegre, muy sabio en su pensamiento no parecía que sólo había podido asistir a la escuela primaria, en el campo, hasta tercer grado. Su sabiduría provenía de las experiencias de su vida. 

Era un excelente cocinero, famoso por sus locros del 25 de mayo o 9 de julio ya que lo preparaba en unas ollas grandes tipo regimiento que tenía para ese fin y convidaba a sus vecinos quienes pasaban con una ollita a retirar la porción que él generosamente les daba.  El día anterior ya ponía el maíz en remojo, compraba los chorizos colorados, los menudos de chancho y todas las verduras y cosas que le iba a poner dentro. Se levantaba temprano, a la madrugada para hacerlo hervir y cada ingrediente se iba añadiendo a la cocción en determinados momentos para que uno no se cocine más que el otro. Era todo un ritual.  Eso sí, era un locro correntino con batatas y mandiocas.

Las especialidades de mi madre eran la pastaflora de dulce de membrillo que le salía deliciosa y en cada cumpleaños yo le pedía que me haga el Struddel de manzana con canela y pasas que le salía espectacular.

En mi casa a pesar de ser una familia correntina no se tomaba mate. A papá se lo habían prohibido por razones médicas, y mi mamá decía que era antihigiénico eso de chupar la misma bombilla unos y otros. Tomábamos te. Todos los días teníamos la ceremonia del té, a las cinco de la tarde nos sentábamos a la mesa donde no faltaban algunas delicias preparadas por mi mamá, o tostadas con manteca y mermelada en el peor de los casos. Costumbre vigente hasta hoy.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra


martes, 1 de septiembre de 2020

OTRO GRAN MILAGRO.


 Como contaba al principio mi vida es una larga cadena de milagros. Primero el que me salvara al nacer cuando los médicos ya me daban por muerta gracias a la intersección de la Virgen de Lourdes, y luego los sucesos que fueron aconteciendo hasta la fecha lo demuestran.

Si bien nací en una familia católica muy activa y participativa mi fe se fue agrandando con el paso del tiempo y sobre todo con este hecho que marcó como un antes y un después. A partir de esto creí para siempre en la bondad de nuestro creador.

Estando en casa de mi tía Rosalba, teniendo unos 4 o 5 años, una noche, escucho llantos y conversaciones en voz baja. 

Sabía que mi mamá estaba muy grave ya que mi tía me lo había dicho y me pidió que rezara por ella. 

Inmediatamente me sobresalté y me bajé de la cama para espiar que pasaba.  Abriendo un poquito la puerta con mucho sigilo comencé a escuchar: Mi papá estaba llorando y tenía un bolso con todas las cosas de mi mamá, se las habían devuelto en el hospital diciéndole que ella no pasaría de esa noche y que avise a los familiares para organizar su funeral. Mi tía lo consolaba y le decía que no había problemas que yo me quedaría con ella, que mejor era que la velen en una casa funeraria porque si lo hacían en mi casa yo siempre recordaría ese momento y sería traumático para mí. Ninguno se imaginaba que yo pudiera estar escuchando todo.

A mí se me desgarró el corazón, no podía imaginarme siquiera que mi madre pudiera morir.  Temblando me acosté de nuevo y esa noche no dormí rezando y pidiendo por su vida. Recuerdo que no rezaba una oración formal, le hablaba a Dios y trataba de convencerlo de la falta que me hacía mi madre y que no quería perderla. Enviaba a los ángeles para que la protejan y pedía sin cesar por su salud hasta que de cansancio quedé dormida.

En esa época no había teléfonos en todas las casas y mi tía le había dado a mi papá, unos días antes, el número de una casa vecina para que avise cualquier novedad respecto a mi mamá.

Al despertarme, sentí los ojos hinchados de tanto llorar y un gran dolor en el pecho.  Esperaba el momento que alguien me dijera que mi mamá había partido de este mundo. Pero por otro lado pensaba que quizás había sido escuchada y que Dios hubiera tenido compasión de mí.

Mi tía también estaba acongojada y llorosa y trataba de disimular lo que yo ya sabía. Sería el mediodía cuando vino una muchacha corriendo a buscar a mi tía porque tenía una llamada telefónica en su casa. Yo me ahogué en espanto pensando que la noticia fatal había llegado, mi tía voló hacia el teléfono. 

Miles de cosas pasaron por mi cabecita en esos momentos, quería recordar la cara de mi mamá y no podía, se me mezclaban las imágenes y no podía armarla más que en trozos de sonrisas, veía sus manos pequeñas y suavecitas.

Al rato volvió mi tía llorando y me abrazó fuerte, casi gritando me dijo: ¡¡¡tu mamá está bien!! ¡¡es un milagro!! salió del coma y ya conversa.

Yo también lloré en un estallido de júbilo y liberación, la angustia se escapaba y una gran paz me iba envolviendo el espíritu. Dios si, había escuchado mi pedido, mi mamá pronto estaría con nosotros otra vez.

Y así fue, la misericordia de Dios es infinita y me lo ha demostrado en muchas otras ocasiones que ya les contaré.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

LOS RAMIREZ Y LOS QUIRÓS, EN EL BARRIO


 No sé cómo ni cuándo mi mamá se encontró con mi tío Ramón Ramírez que vivía a dos cuadras de casa. El apellido de ella era Ramírez y Ramón era su primo hermano. Retirado de la Armada era un hombre muy hábil para cualquier cosa que se propusiera, muy inteligente y capaz, armaba artefactos estrafalarios que siempre tenían alguna utilidad. Básicamente era armero y a eso se dedicaba. Tenía muchos amigos sobre todo correntinos como él. Así fue como mis padres se encontraron con   la familia Quirós que vivía a dos cuadras de casa más o menos, frente al negocio de Pelayo y donde terminaba el colectivo entonces.

Don Quirós como le decíamos, también había estado en las fuerzas armadas no recuerdo si era  de la Armada o Gendarmería, había sido amigo de mi papá cuando estaban en Curuzú Cuatiá y creo que habían hecho la conscripción, entonces obligatoria, en el mismo regimiento: El 9 de Caballería. 

Cuando se encontraban pasaban horas recordando anécdotas. Mi papá conocía a la familia Barrientos, que eran familiares de la esposa, Doña Elba. Así que establecidos en este nuevo territorio encontraban en su amistad los lazos que los unían al pago querido.

 Enseguida nuestras familias se hicieron amigas. Tratando de cambiar el barrio y mejorarlo Don Quirós, mi tío Ramón, Don Félix Pinto (papá de Ely mi amiga que ahora vive en Jujuy), y mi papá formaron parte de la comisión directiva de la Sociedad de Fomento que recién empezaba a funcionar. Todos colaboraban cuando había bailes o chori paneadas. Juntos con otros vecinos realizaron el zanjeo que saneó toda la zona que antes era muy inundable. Trabajan gratuitamente por solidaridad. Consiguieron la prolongación del recorrido de colectivos hasta la calle 6, la edificación de la escuela del barrio que entonces estaba ubicada frente a la plaza sobre la calle Solís, hicieron veredas de material para no embarrarse cuando iban a tomar el colectivo para trabajar. Recuerden que la única calle asfaltada con un mejorado para el loteo era la Avenida Sarmiento.

 Las mujeres tenían un ropero infantil para darle abrigo a los más necesitados, y donaban libros y lo que pudieran para beneficiar a los que tenían menos. Todo estaba bien organizado.

Don Quirós tenía una chata y era normal escuchar su silbido estridente que anunciaba su llegada. Todos los chamamés eran silbados y tarareados sin parar mientras manejaba o esperaba en una esquina.

Con sus hijos también nos hicimos amigos, yo recuerdo a la que decían Ñata que, si bien era más grande que yo solíamos charlar juntas, el Ñato otro de sus hijos y Roberto que era casi de nuestra edad, el menor de todos. Muy amigo de mi primo José, también aficionado a la música, se volvió enseguida un integrante más de nuestro grupo. Cuando le permitían venia a jugar un rato con nosotros, a hamacarse y a subir a los árboles.

Mi mamá era la maestra particular del barrio y en casa nos encontrábamos con todos los chicos que venían a aprender a leer y escribir, a dividir o multiplicar, pero también daba un recreo que aprovechábamos para jugar. 

En nuestra infancia vivíamos como adentro de una gran familia. Todas las madres eran nuestras madres y tanto nos agasajaban como nos reprendían si hacíamos algo mal y nos aconsejaban como si fuéramos hijos suyos. Tanto era así que entre nosotros pensábamos que todos éramos parientes y solíamos decir "tía" a cualquiera de las señoras que eran amigas de la familia, por mucho tiempo pensé que los Ramírez y los Quirós éramos parientes.

Luego ellos vendieron la casa y se mudaron a Corrientes, de vez en cuando volví a ver a alguno de ellos, pero ya adultos.

Con el paso del tiempo esa gente y otras conocidas tomaron nuevos rumbos, pero permanecen en el recuerdo de aquella época tan pura y linda que nos tocó vivir.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra

LOS ALBORES DE NUESTRO BARRIO

 

Al principio el mayor problema que teníamos era el transporte público de pasajeros. La Primera de Grand Bourg fue la primer
empresa que comenzó con sus servicios al barrio, pero su recorrido era desde las Estación San Miguel hasta la calle Pampa o Pedro de Mendoza.  Ante los reclamos de los vecinos alargaron el servicio hasta la calle 5 donde actualmente está el negocio de Pelayo, y donde se conserva todavía la garita de colectivo de la antigua terminal. Ahí daban la vuelta los colectivos y volvían a San Miguel.

A medida que el barrio fue creciendo en población también crecieron las necesidades, por eso los vecinos se organizaron formando una Sociedad de Fomento que funcionó sobre Avenida Sarmiento. 

Mi papá durante años fue miembro de la Comisión Directiva que estaba formada por los vecinos.

 Gracias a este emprendimiento se formó una comisión Pro-escuela y se solicitó la creación de la que luego sería la antigua escuela 60, ahora 15.

Se zanjearon más de cien cuadras para evitar que las casas se inunden. (Recuerden que antes había una laguna enorme que comenzaba en el zanjón y se extendía casi hasta 197 y que luego fue entubada). Esto lo hacían los vecinos   los sábados y domingos.  Existía un sentido solidario muy grande. La mayoría de los que vivían en el barrio eran provincianos, gente que dejó sus pagos buscando un mejor pasar.  A todos los unía el deseo de progresar y tener un buen lugar para vivir y disfrutar en familia. Concretaban el sueño de la casa propia, se adueñaban de su destino.

La Sociedad de Fomento era un importante  centro de recreación: se hacían bailes familiares, con músicos en vivo. Otras veces se pasaba cine en una gran pantalla de tela y cada vecino debía concurrir con sus sillas ya que no había suficientes para todos. Se organizaban concursos de disfraces, concursos de tango y folklore. Campeonatos de futbol, de truco y las famosas kermeses para recaudar fondos. 

Así nos conocíamos todos, y la gente se ayudaba buscando el bien común. De esa escuela nosotros fuimos aprendiendo basándonos  el ejemplo de nuestros mayores.

Copyright ©2020 Nelida Liliana Vieyra


LA CASA DE TIA LOLA

A una cuadra de la plaza principal y a media cuadra de la iglesia, estaba la casa de tía Lola. Se entraba por una puerta de madera labrada e...