miércoles, 11 de noviembre de 2020

LA CASA DE TIA LOLA




A una cuadra de la plaza principal y a media cuadra de la iglesia, estaba la casa de tía Lola. Se entraba por una puerta de madera labrada en dos hojas que daba a un largo y amplio zaguán.  A la derecha se iba a una especie de saloncito donde se recibía a la gente corriente, y a la izquierda sumida en la oscuridad por pesadas cortinas, la sala principal que se reservaba para las grandes ocasiones y las visitas importantes, donde desde luego, no podíamos entrar los niños. Alguna que otra vez íbamos a escoger un libro de la biblioteca o poner un ramo de flores sobre un viejo piano que nadie tocaba. La primera vez que visité esa casa tendría unos 8 o 9 años, me pareció enorme y lo que más me impresionó fue el aroma a muebles antiguos como si fuera un museo. 

 Un pasillo daba a un pequeño jardín donde se abría otra puerta para acceder al comedor y más allá seguía un alero con plantas exóticas y abundantes que se perdían en el patio mayor que dividía la casa en dos plantas. Todo era grande, este patio tipo colonial tenía dos aljibes: uno de pozo, con roldana y balde, y otro más moderno, en el otro extremo, hecho a modo de cisterna para guardar el agua de lluvia. En la parte delantera estaban los dormitorios principales, unos cuatro, y en el bloque del fondo había unas 16 habitaciones porque en otra época había sido una escuela con internos que mi tía heredó de su padre, un prestigioso y avaro educador.

Ella no era linda pero su personalidad unida a su arrogante caminar y modales le daba un cierto toque elegante y atractivo.

Para su desgracia había quedado viuda muy joven, de un militar y vivía con una única hija a quien malcriaba. Decían que ya su fortuna no existía y que le quedaban las apariencias. De todos modos, tenia servidumbre y criadas que le enviaban desde el campo para que cuide y alimente, ya que sus padres no podían darle sustento y educación y era su sequito privado. 

En mi ingenuidad de entonces no entendía que una nena de mi edad no pudiera jugar y tuviera que hacer los quehaceres domésticos que ella le encargaba, no entendía yo de clases sociales ni de esas pavadas a las que ella y su hija se aferraban.

Al fondo de la propiedad estaban las dependencias de las criadas y los lugares para el lavado y planchado, la cocina y otras cosas. Yo disfrutaba mucho yendo a ese lugar a escuchar las historias que me contaban y a jugar con ellas a escondidas. Mi prima era mayor que yo y no me prestaba mucha atención porque era una adolescente impertinente y maleducada a quien yo apenas soportaba.

Por suerte en ese pueblo teníamos muchos parientes que nos esperaban cada día para que vayamos a visitarlos y pasar el día con ellos, así un día íbamos a una casa, otros a otra y la estancia eran más llevadera. 

Con el tiempo los viajes se espaciaron, y fuimos dejando esa costumbre de ir a su casa cada verano. Después de muchos años volví al pueblo y fue para mi un gran shock emocional porque la civilización se había adueñado del lugar. Las calles de arena eran ahora calles de asfalto y veredas, la casa de tía Lola había sido derribada y en su lugar había un gran supermercado. Todos los recuerdos se me vinieron encima y sentí una terrible nostalgia y tristeza porque ya nada era como yo lo recordaba. Nunca más volví a ese lugar, prefiero conservarlo en mi memoria con sus aromas y sonidos, intactos, como cuando era una niña.

Copyright © 2020 Nélida Liliana Vieyra, All rights reserved


LOS VIAJES

 

Mis viajes comenzaron en la infancia con las vacaciones del colegio, en verano. Entonces la única alternativa era ir a la provincia de Corrientes a visitar a los parientes de mi mamá y ver en el camino a los parientes de parte de mi papá.
El calor hacía que la pesadez de la siesta me cerrase los ojos y pese a mi insistencia por permanecer despierta para hacer diabluras con mis primas y amigas terminaba durmiendo hasta la hora más fresca de la tardecita. Tomaba un rico chocolate frio con leche y galletitas y me bañaba y salía a pasear, a la plaza, a la casa de tíos y otros parientes que se desvanecen hoy en mi memoria.
Después cuando fui más grande iba a la provincia de Entre Ríos, a Concordia, a la casa de mi tía Adelaida, pero eran unos días nomás para alejarme de las preocupaciones de la ciudad. ¡Era una tierra llena de misterios e historias interesantes, había un castillo abandonado, las Ruinas de San Carlos, donde había caído con su aeronave Xavier de Saint Exupery, ¡el mismísimo autor del Principito! 
Había un convento con inquietantes leyendas que decían que los aborígenes invadieron el lugar y luego de violar a las religiosas las habían asesinado y que algunas veces se escuchaban allí ruidos y quejidos remanentes de esa tragedia. El día que conocí el lugar era una tarde lluviosa y lúgubre que hacía temer lo peor. Para llegar tuvimos que atravesar el vado de un rio, la humedad, la vegetación abundante, los animales refugiándose entre las ruinas hicieron que no termináramos la expedición por sentir como flotando en el aire una siniestra sombra de desazón y misterio. Huimos prácticamente y la lluvia comenzó a arreciar con todo, casi impidiéndonos regresar por el vado que estaba crecido. Nunca más volví a ese lugar. Quizás fue la imaginación o la fantasía, pero creo que había algo raro que me producía ese estremecimiento e intranquilidad de lo sobrenatural.
Mis colegas viajaban siempre a distintos lugares y me invitaban, pero yo siempre decía que no porque tenia a mis hijas chicas y no quería desaprovechar el tiempo de pasar con ellas las vacaciones, ya que siempre trabajé y era el único momento que tenía para que compartiéramos juntas. Mis primeras vacaciones con ellas fueron a Córdoba, ¡una provincia que tiene tanto encanto y lugares increíbles!
Luego nos fuimos independizando ellas y yo, creciendo y comencé recién hace unos pocos años atrás a viajar con mis amigas. Empecé a festejar mi cumpleaños en algún lugar distinto y ese era el regalo que me hacia a mí misma cada vez. El último viaje en familia con mis hijas fue en 2011 que hicimos un recorrido de varias provincias del Norte argentino, llegando hasta Jujuy, donde volví a ver después de muchísimos años a mi amiga de la infancia. Fue tanta la emoción que llorábamos ella y su mama y nos abrazábamos y nos mirábamos y volvíamos a llorar de emoción y alegría. Después volví varias veces más a Salta y Jujuy que son hermosas, y fui a quedarme con mi amiga, y hasta llegamos a pasar una fiesta de año nuevo juntas.
Ahora por la pandemia mundial no he podido realizar los proyectos que tenia para el 2020, se sumaron problemas de salud que tengo que resolver antes de continuar con esta pasión por conocer lugares, personas y admirar paisajes. ¡No veo las horas de armar mi valija y salir en busca de aventuras!
Copyright © 2020 Nélida Liliana Vieyra, All rights reserved

LA CASA DE TIA LOLA

A una cuadra de la plaza principal y a media cuadra de la iglesia, estaba la casa de tía Lola. Se entraba por una puerta de madera labrada e...